jueves, 14 de julio de 2011

¿Política para quién?


¿Política para quién?

Yrvis Colmenares.
irvincolmenares@gmail.com

Me parece una pérdida de tiempo discutir si la política es o no un asunto de élites. Otro asunto distinto es si esas élites pueden o no interpretar las expectativas de la mayoría.

Durante los primeros años de la democracia venezolana, años 60 del siglo XX,  los políticos de ese entonces lograron integrar las expectativas de la mayoría popular en el proyecto de construcción de un país donde la inclusión era una realidad. Venezuela era para todos. Datos sobran para justificar esta afirmación: Un proceso de reforma agraria para incrementar la producción de alimentos, la continuación de las mejoras en la vialidad iniciadas en la dictadura,  consolidación de servicios de aguas blancas, aguas negras e iluminación, ampliación de la cobertura médico asistencial y educativa, bajas tasas de desempleo, baja tasa de pobreza, alto nivel de seguridad, alto poder adquisitivo para la mayoría de la población, y un asunto no medible en la época,  pero no menos importante: la certeza en la población de que  las nuevas generaciones iban a tener un nivel de vida mejor que las precedentes.

Por supuesto que no faltaron los detractores y entusiastas denunciantes de un “proyecto vendido a los intereses del  imperialismo”. Pero sus altisonantes denuncias se estrellaban ante una realidad en la que la mayoría de la población no veía por ningún lado lo que esos pocos venezolanos gritaban. La población, por el contrario, avalaba con su presencia masiva en las urnas a la naciente democracia y negaba radicalmente su apoyo a los grupos que atentaban contra ella.

Este  “estado de bienestar” venezolano duró aproximadamente hasta finales de los años 70. Poco a poco  la élite política que inició el proyecto democrático fue sustituida por una nueva,  que fue perdiendo el roce popular. La “vieja guardia”, formada al calor del cara a cara, “mordiendo el polvo del camino”,  dio paso a una nueva generación de  políticos formados  en  los conciliábulos de los buró partidistas, alejados del sentir de las mayorías populares. Creo que allí podemos encontrar la explicación de lo que vino luego.

A partir de los 80 se hizo evidente que los aparatos partidistas perdían cada vez más la identificación con el sentir popular. La política fue perdiendo  su sentido de servicio público para entrar en  un limbo donde oportunistas de toda índole aprovecharon de llenar sus arcas. El desencanto hacia la política se convirtió en “sentido común” y todos los sectores de la vida social se pusieron de acuerdo para matar a los partidos políticos que, hasta ahora, habían logrado ganar la pelea en la “larga marcha hacia la democracia”(Carrera Damas). Estábamos generando las condiciones para la debacle.

Ese estado de desencanto fue el que aprovecho Chávez  para  llegar al poder. La mayoría del país decidió apostar por un “outsider” que prometía rescatar la inclusión perdida. Chávez logró sintonizar con el sentir popular y el pueblo le dio su confianza. Pero el proyecto chavista pronto se reveló como un gran espejismo.  El socialismo del siglo XXI decidió sacrificar un posible acercamiento a la comprensión de lo popular para imponer un programa ideológico que cada vez se asemeja más a los proyectos socialistas que fracasaron en el siglo XX. Como no encuentra nada de valor en el pueblo rescata esa vieja idea de la revolución cubana de edificar al “hombre nuevo”. Ya es demasiado redundante comentar en que ha parado el proyecto cubano.

Hoy nos encontramos en una situación en la que el chavismo pierde cada vez más espacio en el corazón del pueblo. Pero se ve lejano en el horizonte quién llene ese vacío. Una buena parte de la dirigencia política de oposición parece no recordar las razones que llevaron al traste a los partidos tradicionales del  siglo XX.  Es como si en estos  últimos 12 años no hubiese pasado nada nuevo en el país. Como si no se tuviese claridad del retroceso que significa el proyecto chavista.

La élite necesita urgentemente una alta dosis de humildad. Necesita abandonar la prepotencia y la suficiencia para dedicarse a escuchar al pueblo. Necesita tomar conciencia de la necesidad que tiene, para poder hacer viable cualquier proyecto político de poder, de romper con  esa concepción de que el pueblo no puede aportar nada sino que debe transformarse para poder servir. No es imposible ser élite y comprender el sentir popular. Los venezolanos que dirigieron el país en los tempranos años de la democracia lo supieron hacer. Manos a la obra.

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