domingo, 30 de octubre de 2011

Autogobierno endógeno

Autogobierno endógeno
Alejandro Moreno

Por la prensa me entero de que los habitantes de la urbanización Terrazas del Avila están bien organizados. Así, han disminuido, por ejemplo, los secuestros exprés de  14 mensuales en 2009 a uno en lo que va de año. Esto es sólo una muestra de la seguridad alcanzada pues el índice de inseguridad lo han bajado en un noventa por ciento. Para ello y para muchas otras cosas actúan, al parecer, con mucha autonomía. Tanto que los vecinos “nos ven como un gobierno local dentro de la urbanización”, dice uno de los dirigentes. Pero no lo son. Aquí está el punto crítico de todo. Pueden actuar así porque se lo proponen, acuerdan entre todos, tienen líderes de buena voluntad, la venia y apoyo hasta económico de las autoridades municipales. Si las cosas cambian, si la alcaldía de Petare pasa a otras manos, si los líderes se mudan y no los sustituyen otros con semejantes cualidades, si…, si… Hoy están aliados la asociación de vecinos y el consejo comunal pero pueden suceder conflictos y dividirse. Como sucede con demasiada frecuencia en Venezuela, esos importantes logros siempre estarán en peligro de perderse. En este caso, la estupenda organización vecinal no está sustentada sobre la ley, sobre la estructura territorial y política de la ciudad y del municipio sino sobre el permiso, la venia y quizás hasta la tolerancia de las autoridades circunstanciales.
El Distrito Capital en que está constituida la ciudad de Bogotá, unos siete millones de habitantes, casi como el de Caracas, se ha ido dividiendo progresivamente hasta llegar hoy a veinte alcaldías locales. Cada una de ellas cuenta con un alcalde menor elegido por votación popular. El alcalde mayor de la ciudad coordina y ejerce las competencias que trascienden a lo local. El poder local es, así, sólido y autónomo por derecho propio. Cada alcaldía local comprende en promedio unos sesenta barrios y urbanizaciones. La de Sucre cuenta con más de mil quinientos barrios populares.
También en el caso de Bogotá hay un error de concepto, a mi entender. Se parte de un poder central que divide y cede, descentraliza. El derecho de cualquier comunidad local a autogobernarse no proviene de una gracia, concesión o permiso de otro poder superior sino del puro hecho de existir como comunidad de convivientes o vecinos. Es un poder, éste sí, verdaderamente endógeno, que se genera (geno, del griego gignómay, nacer) dentro (endo, también del griego, éndon, dentro) dentro de la estructura o de la pura existencia del conjunto humano, el poder de gerenciar y habérselas con sus propios asuntos ejerciendo y desarrollando sus capacidades. Al poder superior no le toca conceder sino reconocer, aceptar y legalizar, no legitimar porque ya es legítimo, para garantizar ante todas las instituciones del Estado la vigencia y el ejercicio autónomo de ese derecho.
En la actualidad el poder local se halla en un estado de colonización expoliación y opresión por parte del poder central de la ciudad y del Estado. Pensar lo local, vecinal o regional, en términos de descentralización es mantener la misma situación pues el que descentra y concede tendría el derecho de recentrar y des-conceder. Lo justo es pensar en términos de endogénesis, de abajo hacia arriba y en ese recorrido el Estado es el último.
Gracias a esa urbanización por el ejemplo, pero no se queden ahí, piensen con mayor atrevimiento y radicalidad.
En este sentido, la lucha contra la violencia pasa también por decisiones políticas de reorganización de la ciudad reconociendo en los hechos y en el derecho lo que a las comunidades les es debido simplemente por haber nacido.
Esto no es estado comunal. Verdadero poder popular.

sábado, 15 de octubre de 2011

¿Cuánto educa la escuela?

¿Cuánto educa la escuela?
Alejandro Moreno

“De seguir así, la figura de las cárceles pasará a las escuelas”. Lo dice Gloria Perdomo que lleva muchos años metida en la candela. Y añade: “El liderazgo en las escuelas caraqueñas está distorsionado: lo malos son los mejores”. Y sigue: “Hay muchachos que entran con armas al colegio”. Juntemos las tres cosas y tendremos el “pranato” dentro del templo tradicional de la educación. Un pran adolescente puede ser más cruel que uno adulto. CECODAP por un lado y el Centro Gumilla por otro han estudiado, estudian y tendrán que seguir estudiando la violencia en la escuela tanto pública como privada. Se da en ambas. Hace diecinueve años, la telenovela “Por estas calles” comenzaba precisamente con una escena en la que un muchacho se presentaba con una pistola en la escuelita del barrio. Impactó al público porque parecía inconcebible y quizás muchos pensaron que eso eran fantasías de guionistas desocupados. Hoy las declaraciones de Gloria no impactan tanto pero aterran mucho más. ¿No se ha dicho siempre que la educación, y se piensa sobre todo en la escolar, es la solución al problema de la violencia?
Empecemos por separar educación y escuela. La escuela ha sido hasta ahora un espacio privilegiado para la educación de masas. Y sus logros, por lo menos en el plano de la instrucción, pero no sólo, ahí están. Hoy las cosas parecen haber cambiado. Si, según las cifras oficiales –Memoria del Ministerio de Educación--  la mitad de los jóvenes caraqueños no termina sus estudios de media, eso quiere decir que la mitad de nuestros adolescentes pasan a la calle --¿Qué madre puede tener encerrado en casa a un joven de 14 a 18 años?— en el período más delicado del desarrollo de su personalidad. El delito de todo tipo y la violencia más extrema tienen ahí de dónde reclutar actores. Además,
la escuela, ella misma, está siendo inficcionada por la violencia extrema de modo que la acción educacional se pone en jaque.
Educar es mucho más que enseñar en una institución. Es acompañar con orientación, guía, protección y apoyo al ser humano en la formación de su manera de estar en el mundo y de ejercer su vida. Razón, religión y cariño, decía Don Bosco, son los pilares de una buena educación y han de ponerse en práctica desde el seno familiar. El no creyente pensará que de la religión se puede prescindir. Respetamos su idea pero aceptará que una ética es indispensable. Ahora bien, para el mismo Don Bosco, el espacio privilegiado para la acción de esos tres factores dinámicos de la formación de la persona no era el salón de clase ni la capilla sino el patio. El patio era para él el lugar donde los niños y jóvenes pueden liberar sus energías en el juego, en la camaradería, en el trato desinhibido con los educadores. Patio no es de por sí la cancha de ningún deporte sometido a reglas, lo que no se excluye en tiempos específicos, sino el campo de la caimanera, de la pelotica de goma, de la ere o de policías y ladrones, el lugar donde se conversa, se cuentan chistes y aventuras falsas y donde el educador puede hacerse amigo, poner en práctica el cariño. No abundan los patios en nuestras escuelas oficiales de barrio más recientes y, si los hay, son mínimos. Lejos quedan los tiempos del presidente Medina. El propio patio en el barrio es hoy la calle. Sin dejar la escuela, sanándola, ¿por qué no pensar en un programa masivo de educación de calle para todos los que están en ella? La calle o la casa del vecino o la escalera como el donde toda persona de buena voluntad, asesorada, ejerza su cariñosa acción educadora como espontáneamente lo hace el amigo que cité en mi artículo anterior. En los barrios sobran candidatos.

viernes, 23 de septiembre de 2011

Cultura y Deporte. ¿Sí?

Cultura y Deporte. ¿Sí?
Alejandro Moreno

El alcalde lo dijo con énfasis: “el deporte, la cultura y la recreación son la solución para superar la violencia”. Casi nada: ¡La! Así, sin paliativos. ¿Andaba usted buscando cómo salir seguro de su casa sin mirar para los lados con el rabillo del ojo y apurando el paso para tardar lo menos posible? Cálmese; pronto esa angustia no tendrá sentido. El país se tomará ese bálsamo tricompuesto y reinará la seguridad total. Sin duda, el alcalde lo dijo convencido y teniendo alguna idea --¿Precisa?-- de cada uno de los tres componentes, pero los demás ¿a qué nos atendremos? ¿Qué ha querido decir con la palabra cultura? ¿Cuál del millar, o más, de definiciones habrá que mezclar en el mejunje? ¿Qué habrá que entender por recreación? ¿Una fiesta rave, por ejemplo? Con los deportes andamos un poco más claros: están bastante bien catalogados en distintas listas oficiales y semioficiales.
Las ironías no están aquí por gusto ni por afán de humor negro. Están para mostrar la ligereza, imprecisión y vacua retórica con la que se proponen salidas a la amenaza de muerte seria, precisa y nada retórica que pone en jaque todos los días la vida de cada uno de los ciudadanos de esta patria. Ni la cultura, entiéndase como se entienda, ni la educación, otro tópico repetido ad nauseam, ni el deporte, ni la recreación nos sacarán de este marasmo. Las cuatro ideas hechas realidad activa y otras muchas más, son no sólo válidas sino necesarias e indispensables para fomentar, promover y mantener la convivencia ciudadana y el desarrollo y perfeccionamiento de las personas pero su puesta en práctica no es la --insisto en el artículo universalizante y excluyente-- panacea para nuestro problema de violencia. Contribuyen, claro, pero ¿hasta dónde alcanza su contribución? Cultura, educación, deporte y recreación, la “sana” por supuesto, son actividades encaminadas a influir positivamente en la gran masa de la población, pero entre aquellos niños, jóvenes y adultos positivamente afectados por su benéfica influencia no están los malandros criminales que derraman la sangre de los venezolanos. Hasta ellos también ha llegado su influjo pero ha rebotado contra la impermeabilidad, en unos más compacta que en otros, que un cúmulo de experiencias y circunstancias vividas ha ido armando en ellos. No es que sean incultos, ni deseducados o refractarios al deporte. Es que su cultura, su educación, su práctica del deporte están enmarcadas en una manera de ejercer la vida en la que el crimen tiene más sentido que todo ello y produce mayor recreación, goce y placer. Por eso son el problema. Lo sano y normal para la gran mayoría de la población, no es efectivo en ellos. Para controlarlos, impedir que hagan daño y procurar su rehumanización y resocialización, hay que sentarse, y no sólo metafóricamente, a pensar, a investigar para conocer la realidad desde dentro de ella misma, a crear ideas, métodos y proyectos, a compartirlos, confrontarlos y evaluarlos colectivamente y, sobre todo, a dejar la fácil y vacía retórica efectista que vuelve trivial el pensamiento y engaña con los fuegos fatuos de aparentes preocupaciones, supuestas intervenciones eficaces y compromisos. ¿Qué significa, pongamos por caso, eliminar treinta mil armas de fuego cuando circulan quince millones de ellas, Asamblea Nacional dixit, de manera ilícita?
“No nos puedes dejar”, le dicen a mi amigo, un obrero común  y corriente, unos doce malandritos quinceañeros, todavía no profesionalizados pero a punto, que se le han apegado y siguen su benéfica orientación. Volverá cada semana para no abandonarlos. Los salvará. Seguro.
¿Hablamos de esta educación? Entonces, sí.

Lo Sabíamos

Lo sabíamos
Alejandro Moreno

“Sabíamos que esto nos iba a pasar”. Lo dice la gente del barrio de allá. Cuando llegó la policía y se llevó al Sergio y sus panas, no se sabe si para cumplir con su deber o porque algún chanchullo cocinaban, algunos se alegraron pero la gran mayoría de la gente se preocupó porque “sabían lo que les iba a pasar”. Sergio y su grupo formaban el primer anillo malandro del barrio, el de los “profesionales”, los que se dedicaban al delito como su medio exclusivo de vida, de recursos económicos y de adquisición y mantenimiento del necesario “respeto”. Claro que eran y son malandros, pero su negocio estaba fuera del barrio. Dentro, en cambio, no sólo defendían a sus convecinos contra otros delincuentes que quisieran llegar a someterlos o a enconcharse en la comunidad atrayendo así la atención de los policías cuya actuación suele ser más temible, sino que además, y sobre todo, mantenían a raya a esos chamos de catorce, quince y dieciséis años que aprendían de ellos y los acompañaban pero que también esperaban la oportunidad de ocupar su lugar. Unos días antes el Gabilancito que quiso alebrestarse recibió sus buenos cachazos para que se quedara quieto y no tuvo más remedio que achantarse con su cabeza sangrante. El barrio estaba en paz, en esa “paz malandra” de la que hace un tiempo escribí en este mismo espacio y que es la mejor y más segura que se puede dar hoy en una comunidad popular de cualquiera de nuestras ciudades. La policía acabó con ella y desató la guerra. Llevándose al Sergio y su combo, dejó el campo despejado para que esos adolescentes aprendices se encontraran libres de entregarse a ganar “respeto” y recursos con sus fechorías. Como todavía no tenían experiencia ni práctica en el delito fuera, pues el espacio estaba ocupado por una competencia en la que hacerse un lugar requiere inteligencia, decisión, riesgo y tiempo, cosas en las que Sergio estaba ya sobrado, empezaron a perturbar la tranquilidad del barrio. Entraron en las casas, robaron equipos, asaltaron a los estudiantes para quitarles los celulares y algunos zapatos y se empezaron a oír tiros bien cerquita casi todas las madrugadas. Y estalló la guerra entre ellos. Al Gavilancito, que quiso imponerse como otro Sergio pero sin llegarle a los talones, ya lo mataron con su amigo el Catire. El tiroteo fue de película, calle arriba y calle abajo. Hacía demasiado tiempo que eso no pasaba. Entre tiro y tiro le pegaron también a una niña de cuatro años con una bala que atravesó la ventana de su casa. Está grave en el hospital. La gente no sabe qué hacer y añora los buenos tiempos de la paz malandra. Con un malandro mayor se puede hablar y negociar pero con estos “bichitos”, como se suele decir, imposible.
El control de la violencia, en una comunidad popular, es algo mucho más complejo y delicado de lo que suelen pensar la policía, el Estado, la sociedad bienpensante o los mismos “violentólogos”. El barrio es ya de por sí una intrincada red de relaciones humanas de todo tipo en la que el grupo de malandros  tiene su puesto lo mismo que un enfermo, por muy grave que esté, lo tiene en su familia. Es además un sistema de fuerzas en equilibrio precario. Cuando un factor externo lo perturba, puede desencadenarse el caos con sus secuelas de muerte y sufrimiento. La buena voluntad no es suficiente, puede llevar al infierno. Nadie duda de que el Estado y sus instituciones tienen que intervenir. Su ausencia, causante de impunidad, es tan dañina como puede serlo una presencia que no tome en cuenta lo complejo de la realidad.
Es necesario saber antes de actuar. No es fácil. Difícil y todo, la gente del barrio siempre sabe “lo que nos va a pasar”.

viernes, 12 de agosto de 2011

Lo carcelario de la cárcel


Lo carcelario de la cárcel
Alejandro Moreno

Me he detenido brevemente sobre algunas fotografías aparecidas en Internet de la cárcel de Breivik en la que va a ser internado el asesino de Oslo: luz, limpieza, computadoras para uso del interno, amplios espacios, celdas casi como cuartos de hotel cinco estrellas, amplios ventanales sin rejas, cancha de basket cubierta y seguramente climatizada dado el frío del país, y no pare de contar porque hay más. Parece que en Noruega el petróleo, porque es país petrolero, no da sólo para que sus habitantes tengan “la mayor suma de felicidad posible” sino también para que de ella participen los presos. Y no tiene las mayores reservas del mundo.
Vengamos a Venezuela. “Estamos dispuestos  a pagar nuestra condena, pero no como animales indeseables sino como seres humanos que es lo que somos. Desde hace tiempo nos tienen encerrados en calabozos de 2x2 metros, en los que también hay 6, 7 y hasta 8 reclusos”. Esto dicen el pasado 28 de julio los presos de Barinas. Agregan los reporteros: “esta situación se empeora al no contar con servicios básicos como agua y electricidad”.
Sujetos ahora de nuestro estudio: Ulises: “Allá  en la cárcel hay una vaina que se llaman las tumbas. Es un calabozo como el tamaño de ese mueble  Ahí es donde meten cuando tú te portas mal. Es como que si tú estuvieras muerto. De ahí no te saca nadie. Te pasan la comida; pero son 8 días ahí acalambrado, que tú no te puedes mover. Te empujan así, con el pie y si tú quedaste con la cabeza p’allá es con la cabeza p’allá que vas a estar; tú no te puedes mover. Nada más es unas rejitas así, por donde ves p’afuera. Ahí la vida de uno es como decí  la vida de un cochino chico, cuando te engolde te matamo y ya”. Alberto: “Comeme un poco‘e gusanos porque prácticamente uno come es gusano allá dentro. ¿Tú sabes lo que es comé gusano así…? No gusano, porque eso es mentira, sino comé arepa con gusanos; hallaquita y huevo frito con gusanos; sardina con gusanos; la comida podría así que…”. Nelson: “No era que tú llegabas y te daban una litera. No. Tú llegabas durmiendo en el piso. Entonces, pa una cama te la daban después, o tú te la ganabas o tenías que entrá a chuzo con alguien pa quitásela, o que mataran a un güevón de ahí y tú te acostabas en esa cama. ¿Entiendes?” Alfredo: “El desahogo de... las aguas negras. Se hacía una piscina, como estilo de una piscina, porque no había desahogo. Entonces, como estaban tapadas, se hacía... y ahí nos metían. A da vueltas ¡y a punta e plan, pues!”.
¿Qué habrá de ser lo carcelario, la estructura y los fines, de la cárcel?
Los noruegos no han eliminado las cárceles pero es evidente que la de Breivik no está pensada para castigar, torturar, humillar o hacer “pagar” unos crímenes que nadie puede pagar, si a eso vamos, ni con la vida ni con la muerte. El crimen es impagable. ¿Con qué estructura mental, con cuáles sentimientos profundos, con qué proyecto de voluntad, está pensada, sentida y querida la cárcel venezolana? La de hace doce años y la de esta última docena. Ni en Noruega ni en Venezuela se puede ser optimista, tal como está la criminalística hoy, sobre las posibilidades de recuperación de los criminales más empedernidos. Habrá que controlarlos para que no sigan dañando a otras personas y hasta encerrarlos mientras no aparezcan otras soluciones, no descargar simplemente sobre ellos la brutal venganza de instituciones y conductas tan asesinas como las suyas. ¿De qué humanización se hablará, de la que pone en práctica la faceta más negativa de lo humano o de la que en los hechos centra el énfasis en la plena dignidad de toda persona por ser persona y no por lo positivo o negativo de sus actos?

martes, 2 de agosto de 2011

Ideología y realidad

Ideología y realidad.
Yrvis Colmenares.
irvincolmenares@gmail.com.

Remata Marx en la décima tesis sobre Feuerbach (1845) diciendo lo siguiente: “Los filósofos no han hecho  más que interpretar de diversos modos el mundo, pero de lo que se trata es de transformarlo”.  Esto lo está escribiendo como conclusión en un texto donde pretende criticar el idealismo de Feuerbach.  La forma de hacer la crítica es poco sólida, en forma de sentencias o tesis,  10 en total. El tema de la transformación lo deja guindando en el aire sin sustento alguno, en consecuencia queda un gran vacío sobre cuestiones medulares: quién o quiénes son los sujetos de la transformación, a qué tipo de transformación se refiere, por qué debe darse tal o cuál transformación,  cuál es el rumbo de esa transformación. Simplemente se limita a enunciar un punto de vista, tan válido o tan discutible como el de Feuerbach. Una  idea más. Sólo expresa una voluntad y un deseo de que la realidad sea de la manera que a él más le agrada. En ninguna parte de las 10 tesis sostiene con  argumentos sólidos las premisas de su conclusión: que los filósofos sólo han interpretado y que lo que hay que hacer es transformar. El Marx de estas tesis es tan idealista como el Feuerbach que pretende someter a la “crítica”. Sin embargo, entre un buen número de pensadores se ha llegado a la conclusión que con el análisis contenido en esas tesis se produce una ruptura epistemológica en relación con el pensamiento objetivista  e idealista.

Tres años después en el manifiesto comunista (1848) responde un poco el asunto de la transformación:”Toda la historia de la sociedad humana, hasta la actualidad, es una historia de la lucha de clases”. De nuevo vuelve a situarse en el horizonte idealista. El solo enunciado es suficiente para crear la realidad. Los pocos argumentos que da para justificar la tesis de la lucha de clases los construye echando mano a una reducción total de la vida humana. Marx sólo puede concebir a los humanos como sujetos que han pasado su vida echándose golpes en una arena. En  defensa  de este argumento tan reduccionista podríamos aceptar que a lo mejor   Marx vivió algo de esa violencia en la Inglaterra de su época cuando se estaba consolidando la revolución industrial y por eso se  impacto  y sin darse cuenta extrapola esa vivencia. Pero  eso en vez de sacarlo del idealismo lo hunde más.

 Los fantasmas del idealismo lo acechan una y otra vez en cada letra del manifiesto. Como buen hombre de su tiempo,  es presa de una idea dominante en su manera de pensar la realidad: Europa es el centro del mundo. Por eso todos los ejemplos para ilustrar su idea de la lucha de clases provienen de situaciones históricas vividas en el mundo europeo.  Esto es lo que él llama: “Toda la sociedad humana”. Qué más idealismo que pretender conocer la infinitud de la vida a partir de la experiencia personal. Pero a muchos los sedujo esta manera de pensar.

Con el peso del idealismo aplastando la producción intelectual marxiana el resto de estas obras sólo tienen sentido en el marco del idealismo que él construyó. Tesis centrales entre los marxistas como la cuarta de Feuerbach: “La coincidencia de la modificación de las circunstancias y de la actividad humana sólo puede concebirse y entenderse racionalmente como práctica revolucionaria”. O el inevitable triunfo del proletariado para el advenimiento de la sociedad socialista: “Y así, al desarrollarse la gran industria, la burguesía ve tambalearse bajo sus pies las bases sobre que produce y se apropia lo producido. Y a la par que avanza, se cava su fosa y cría a sus propios enterradores.  Su muerte y el triunfo del proletariado son igualmente inevitables (Manifiesto 1848)”. Sólo vienen a ser ejercicios de imaginación que no tienen sustento alguno en el desarrollo histórico o por lo menos Marx no se ocupó de mostrarlo.

El idealismo marxista ingreso al siglo XX con el sino de la tragedia.  Partiendo de Lenin, todos los que han decidido someter a sus países al experimento marxista sólo han conseguido para sus pueblos pobreza y retroceso en todos los órdenes de la vida.  Deben ser más de 100 millones los muertos que suma la experiencia socialista en Rusia, en China, en Europa oriental, en Vietnam, en Camboya, en Corea del  norte, en Cuba. Seres humanos muertos por el hambre,  por los programas de reeducación, por las purgas, por los castigos inhumanos, por la desesperanza. Pero no hay manera de que un marxista reconozca que esas muertes son la mejor prueba de la inviabilidad de la propuesta de Marx. Un buen marxista siempre acudirá al argumento de la ideología para esquivar los datos de la realidad. Un buen marxista apostará por el triunfo de la revolución hasta quedar él  sólo para realizarla.

A falta de  realizaciones concretas en los ensayos socialistas, la ideología sustituyó a la realidad.

Muchos  autores se han dedicado a desnudar esta apuesta de sustituír la realidad por ideología. Dos obras recientes en el campo de la literatura vuelven a sacar el tema a la luz.

 En “el niño 44”, publicada en 2008, el escritor inglés Tom Rob Smith, basa su historia en un hecho real ocurrido durante la época del Stalinismo en la URSS. Un detective empieza a investigar unos asesinatos, a comienzos de los años 50, que le parecen sospechosos por su similitud y llega a la conclusión de que son productos de un asesino en serie. La respuesta del régimen soviético, en concordancia con la ideología dominante, fue que eso no era posible, puesto que el estado soviético  era la consolidación de un estadio avanzado en la evolución humana y en consecuencia no podían existir ese tipo de perversiones. A la final, luego de muchos años, casi hasta la caída del muro de Berlín y luego de muchas muertes que probablemente se hubiesen podido evitar, se atrapó al asesino serial.

La otra situación viene de la mano de un escritor cubano “Amir Valle”. En 2008 se publica fuera de Cuba su obra “Habana Babilonia”. Es un estudio de la prostitución en Cuba basado en entrevistas que el autor fue recogiendo entre diferentes personas: mujeres, hombres y niñas, pertenecientes al submundo de la prostitución. Un estudio crudo sobre una forma de vida extendida más de lo que uno pudiera imaginar para un país tan pequeño. Señala Amir que hasta el año 1999 en la legislación cubana se omitía el tema de la prostitución porque: “en la Cuba revolucionaria se había dignificado a la mujer y se habían desechado esas prácticas propias de unas situaciones de explotación de la mujer”. Para el año 1999 el problema de la prostitución se había extendido tanto que en muchos hogares, señala Amir, un motivo de chanza era decirle a las niñas: “Hay qué linda, esta es la próxima jineterita de la casa”. Luego del año 99 el gobierno Cubano reconoce el  problema y trata de atacarlo por la vía legal incorporando sanciones al código penal.

Vuelvo una vez más al Marx de Feuerbach en la segunda tesis:  “El problema de si al pensamiento humano se le puede atribuir una verdad objetiva, no es un problema teórico, sino un problema práctico.” Es un asunto práctico inventarse una teoría para tomar el poder y ejercerlo despóticamente. Es un asunto práctico trucar la ideología en realidad para someter a los pueblos. Para eso ha servido perfectamente el pensamiento del Sr. Marx.

martes, 26 de julio de 2011

Lo sólito de lo insólito

Lo sólito de lo insólito
Alejandro Moreno

Al Presidente en los sucesos de El Rodeo le pareció “insólito”, que exista armamento en las cárceles, según se reporta en notas de prensa del día 15 del presente mes.
“Cuando llego al Rodeo me encuentro ahí el causa mío que había caído por homicidio también. El hombre me recibe y en lo que me recibe, saca…, me arrojó, donde nos fichan a todos, lo que hace es que me zumba una pistola y una granada. Yo agarro la pistola y agarro la granada en el aire”. Lo narra José, sujeto de “Salimos a matar gente”, cuando ingresa por primera vez al penal. De lo más sólito, al parecer.
“¡De palabra! Las cárceles están llenas de armas por la misma policía y la misma Guardia Nacional. Un arma Glover, cuando yo estaba arrestao, valía cien mil bolívares (de los viejos). Una pistola, el pase”. Lo dice Alfredo, otro de nuestros sujetos.
Sigamos su relato (haré un colage): “dos nueve milímetros con  cuatro cajas y tres cacerinas. Ahí mismito se empezó a hacé la caleta. Se abría por dentro y se volvía a sellá y tú no veías que ahí había algo. Ya no eran dos y tres quilos (de droga), eran diez y los repartíamos en el pabellón. Ya comprábamos a los vigilantes. Yo llevaba las armas pa donde tocaba. Los vigilantes nos veían y nos abrían toas las puertas. Pa donde iba yo llevaba una granada y una nueve milímetros. Empezaron los problemas entre pabellón y pabellón. Empezó la balacera. Ellos también tenían armas. Empezamos a traé más armas. Tiro p’allá y tiro p’acá. Muertos y más muertos (…) De repente se prende esa balacera. ¡No había visto tanta pistola junta en mi vida! Esos hombres han sacao cuatro fundas llenas de puras pistolas y cajas y cajas de proyectiles”. Cuando llega por segunda vez a El Dorado: “¡Me dan un pistolón más grande que no jo…¡Un nueve checoeslovaco, un bichote grandote y me dan armas largas”.
“En cuatro días han remodelado todo el pabellón. Ese pabellón estaba que ahí no había sino cemento y rejas. Nos llevaron a la letra A y no teníamos ahí nada, nada, a dormí en el suelo. Todo estaba limpiecito y recién pintao. Cuando llegamos ahí, bueno, eso era el mismo pistoleteo por donde quiera. Yo no sé de dónde salieron esas pistolas. Estaban metías debajo de las pocetas, metías en los huecos así, sellados…” Es de nuevo José quien narra.
¿Insólito, o más bien, sólito? Insólito, en esta más que milenaria lengua que hablamos, equivale a desacostumbrado, infrecuente, desusado y, por eso, extraodinario en cuanto no suele acontecer ordinariamente sino muy rara vez. Lo que sucede continuamente, en todos los tiempos y lugares, como la presencia y el funcionamiento de armas en las cárceles de Venezuela, no puede calificarse sino de ordinario, frecuente, acostumbrado, continuo, lo esperable sin lugar a dudas, sólito.
Cuando el presidente, los ministros, los generales, los diputados, y dele, califican de “insólito” lo que está a la vista todos los días, ¿lo hacen porque lo ignoran o porque quieren hacer creer que lo ignoran? No tienen derecho a ignorar. Hay demasiado conocimiento válido ya acumulado, elaborado y publicado en miles de páginas y en mares de testimonios y experiencias como para que la autoridad (i)responsable pretenda evadirlo. Todo lo que ha sucedido en El Rodeo no tiene nada de novedad. Con la variedad propia de las circunstancias de tiempo, lugar y ambiente ha sucedido ya muchas veces y volverá a suceder en cualquier otro momento y en cualquier otra cárcel tarde o temprano. Eso se sabe y se puede pronosticar con total certeza. No hay excusas que valgan. La ignorancia al respecto es culpable en sí misma y en sus consecuencias mortales. ¿No será que se sabe y la culpa peor está en otra parte?

jueves, 14 de julio de 2011

¿Política para quién?


¿Política para quién?

Yrvis Colmenares.
irvincolmenares@gmail.com

Me parece una pérdida de tiempo discutir si la política es o no un asunto de élites. Otro asunto distinto es si esas élites pueden o no interpretar las expectativas de la mayoría.

Durante los primeros años de la democracia venezolana, años 60 del siglo XX,  los políticos de ese entonces lograron integrar las expectativas de la mayoría popular en el proyecto de construcción de un país donde la inclusión era una realidad. Venezuela era para todos. Datos sobran para justificar esta afirmación: Un proceso de reforma agraria para incrementar la producción de alimentos, la continuación de las mejoras en la vialidad iniciadas en la dictadura,  consolidación de servicios de aguas blancas, aguas negras e iluminación, ampliación de la cobertura médico asistencial y educativa, bajas tasas de desempleo, baja tasa de pobreza, alto nivel de seguridad, alto poder adquisitivo para la mayoría de la población, y un asunto no medible en la época,  pero no menos importante: la certeza en la población de que  las nuevas generaciones iban a tener un nivel de vida mejor que las precedentes.

Por supuesto que no faltaron los detractores y entusiastas denunciantes de un “proyecto vendido a los intereses del  imperialismo”. Pero sus altisonantes denuncias se estrellaban ante una realidad en la que la mayoría de la población no veía por ningún lado lo que esos pocos venezolanos gritaban. La población, por el contrario, avalaba con su presencia masiva en las urnas a la naciente democracia y negaba radicalmente su apoyo a los grupos que atentaban contra ella.

Este  “estado de bienestar” venezolano duró aproximadamente hasta finales de los años 70. Poco a poco  la élite política que inició el proyecto democrático fue sustituida por una nueva,  que fue perdiendo el roce popular. La “vieja guardia”, formada al calor del cara a cara, “mordiendo el polvo del camino”,  dio paso a una nueva generación de  políticos formados  en  los conciliábulos de los buró partidistas, alejados del sentir de las mayorías populares. Creo que allí podemos encontrar la explicación de lo que vino luego.

A partir de los 80 se hizo evidente que los aparatos partidistas perdían cada vez más la identificación con el sentir popular. La política fue perdiendo  su sentido de servicio público para entrar en  un limbo donde oportunistas de toda índole aprovecharon de llenar sus arcas. El desencanto hacia la política se convirtió en “sentido común” y todos los sectores de la vida social se pusieron de acuerdo para matar a los partidos políticos que, hasta ahora, habían logrado ganar la pelea en la “larga marcha hacia la democracia”(Carrera Damas). Estábamos generando las condiciones para la debacle.

Ese estado de desencanto fue el que aprovecho Chávez  para  llegar al poder. La mayoría del país decidió apostar por un “outsider” que prometía rescatar la inclusión perdida. Chávez logró sintonizar con el sentir popular y el pueblo le dio su confianza. Pero el proyecto chavista pronto se reveló como un gran espejismo.  El socialismo del siglo XXI decidió sacrificar un posible acercamiento a la comprensión de lo popular para imponer un programa ideológico que cada vez se asemeja más a los proyectos socialistas que fracasaron en el siglo XX. Como no encuentra nada de valor en el pueblo rescata esa vieja idea de la revolución cubana de edificar al “hombre nuevo”. Ya es demasiado redundante comentar en que ha parado el proyecto cubano.

Hoy nos encontramos en una situación en la que el chavismo pierde cada vez más espacio en el corazón del pueblo. Pero se ve lejano en el horizonte quién llene ese vacío. Una buena parte de la dirigencia política de oposición parece no recordar las razones que llevaron al traste a los partidos tradicionales del  siglo XX.  Es como si en estos  últimos 12 años no hubiese pasado nada nuevo en el país. Como si no se tuviese claridad del retroceso que significa el proyecto chavista.

La élite necesita urgentemente una alta dosis de humildad. Necesita abandonar la prepotencia y la suficiencia para dedicarse a escuchar al pueblo. Necesita tomar conciencia de la necesidad que tiene, para poder hacer viable cualquier proyecto político de poder, de romper con  esa concepción de que el pueblo no puede aportar nada sino que debe transformarse para poder servir. No es imposible ser élite y comprender el sentir popular. Los venezolanos que dirigieron el país en los tempranos años de la democracia lo supieron hacer. Manos a la obra.

martes, 12 de julio de 2011

Los matagente


Los matagente

Alejandro Moreno

La escena es en el barrio. Algo de parrilla, yuca y más de cerveza. Los que juegan dominó se dicen por lo bajo: “cuidao, vienen los matagente”, y pasan unos efectivos de la Guardia Nacional. Hasta ahora los habíamos conocido como matraqueros, abusadores y prepotentes, pero eso de matagente es nuevo. Viene después de El Rodeo. ¿Quién no tiene un conocido en alguna cárcel? Con tantos celulares, las noticias corren, serpentean, vuelan. Y llegan. Llegan a donde quieren llegar, a los oídos de nuestra gente sordos para las otras, las oficiales. Sean totalmente verdaderas o sólo un poco o quizás nada, aquellas son las creíbles y las creídas. Así, forman pensamiento. Los propios matagente son los malandros estructurales, los que “salen a matar”. Algunos están dentro, no todos ni mucho menos, enfrentados a los otros, los ahora llamados de ese modo por la gente y que están fuera. Guerra entre matagentes, dirán en los callejones.

Almas buenas, aterradas por lo que nuestro estudio muestra sobre el violento estructural, me preguntan si con ellos nada se puede hacer, si lo que queda es eliminarlos. Digo que no, que, aunque dan pocas esperanzas de recuperación, la capacidad de cambio en el hombre es ilimitada y en ella hemos de confiar. En el poder de Dios también pero está voluntariamente limitado por la libertad humana. Sin embargo, la sociedad y el ciudadano no han de ser ingenuos y desprevenidos; el delincuente peligroso tiene que ser puesto en condiciones de no poder producir daño. Con todo y su criminalidad, no pierde sus derechos humanos fundamentales. Nunca una persona deja de ser humana. Ningún hombre puede ser tratado como otra cosa que hombre.

Pero hay otros muchos matagente. Estos de pensamiento, palabra, deseo e intención, o sea, como se suele decir, de mentalidad. No llegan ni piensan llegar al acto, pero… A demasiadas personas, almas buenas, repito, incapaces de hacer mal a nadie, pero sí de pensarlo, populares unas, con formación universitaria otras,  muy religiosas también algunas, hemos oído decir, ante los acontecimientos de El Rodeo: “se lo tienen merecido, que los maten, ellos no han respetado los derechos humanos de sus víctimas”. Si se hiciera una encuesta, el porcentaje de quienes optarían por la pena muerte, me temo que sería muy alto. Matagente de mentalidad. Mentalidad de matagente. Podrá explicarse por reacción ante la impunidad del crimen y la inseguridad que nos mantiene en ascuas, pero el hecho es que la sociedad “bienpensante” se está volviendo malpensante, cargándose con pensamientos de muerte.

Se empieza a relativizar la vida de los hombres. El valor de la vida humana es un absoluto. Nadie merece que se la quiten. Por otra parte, si se le da el derecho a cualquier poder para decidir sobre la vida de alguien, cuando quiera podrá hacerlo sobre la nuestra. Relativizar la vida de un solo hombre es abrir la puerta a la peor tiranía, a cualquier dictadura. Cierto, el criminal viola ese valor en su víctima. Eso no argumenta contra la suya. Por ello está en la cárcel, en ese “cementerio de hombres vivos”, el nombre que le dan. Por lo menos el que está. Así, se encuentra controlado y pagando por su crimen. Si el Estado y sus organismos no respetan la vida de quien sea, se vuelven tan criminales como cualquier otro asesino. Por eso se les exige que respeten en todos los derechos de la persona. No podríamos vivir en un Estado criminal. ¿Y en una sociedad de matagentes, unos que lo hacen y otros que lo piensan y fantasean?
¡Cuidado con los malos pensamientos, no sea que se salgan! Del corazón del hombre salen “inmoralidades, robos, homicidios”, como dice el Evangelio (Mc. 7,21-23).


domingo, 10 de julio de 2011

El qué de la moral

El qué de la moral
Alejandro Moreno

Estaban en una fiesta. Bailaban el reggaetón. Hubo una pequeña disputa. El baile de siguió con dos menos que se fueron bravos. Regresaron y dispararon sobre todos. Tres muertos y algunos heridos. Nada extraordinario. Llegar disparando a tutti li mundi se ha convertido en hábito. Muerte al ritmo de reggaetón. Al ritmo de la música y al de las palabras. ¿Qué diría la letra de las canciones que los ahora muertos oían? No lo sé; pero sí la de aquellas que escuchaba una niña de once años y que me tradujo porque no resulta fácil comprenderlas entre el barullo de los sonidos: “si los pillo por la calle, prrrum (disparos, dice la niña), si los pillo en la disco, prrrum (más disparos), si los pillo en la acera, prrrum, prrrum, prrrum, prrrum (disparos sin término)”; “sácala (la pistola, lo sabe la niña), dale, úsala, no tengas miedo, si es cuestión de morir, primero que se mueran ellos”; “vamos a darle fuego a toa esa mafia boba, ahora los mato y los paseo en el baúl de un Nova”; “dale pa que le revientes los sesos, déjale caer to el peso; pa los enemigos plomo y pa las gatas beso, déjalo tieso”.

Es una exigua selección. No son músicas y letras underground aunque vengan quizás de allí. Todo lícito, legal, justificado. Circula libremente en la actualidad. Los grupos lo cantan, las disqueras lo graban, las tiendas lo venden, cualquiera lo compra, lo bailan los jóvenes, lo escuchan y lo entienden los niños, quizás no lo entiendan todos los mayores. “Yo sé que eso que cantan es malo, pero me gusta la música”, dice la niña. Sabe discernir. ¿Hasta cuándo? ¿Disciernen todos?
La gente se queja de que se pierden los valores. Los valores guían la conducta. Actuamos a la luz y bajo la égida de los valores que viven en lo profundo de nuestro ser. Valor es lo que se escoge y se prefiere; lo que se quiere. Valor es lo que se ama. Hay realidades que deben ser valores, que deben ser escogidas, preferidas, queridas, amadas por encima de muchas o de todas otras, aunque no siempre ni por todos lo sean. Esos son los valores necesarios pues, si no son valores, la existencia de la misma humanidad está en peligro. Sobre los valores necesarios se basa la moral, el sistema de normas que distinguen la conducta humanamente (en relación al hombre) buena de la conducta humanamente mala (dañina para el hombre).

Entre todos los valores, el valor supremo, absolutamente necesario, primero y último, es el hombre, la persona. La persona no es un valor; es el valor, y punto. Ni siquiera Dios está por encima. Y esto no es una blasfemia. El mismo se ha puesto, como valor, a la altura del hombre cuando colocó en el mismo plano y convirtió en uno solo el doble mandamiento del amor a El y el amor al prójimo: “el segundo es como (no menos importante que) el primero: amarás a tu prójimo como a ti mismo” (Mt. 22,37-40).

Creencias, teorías, doctrinas políticas, religiosas, grupos de poder, coalición de intereses y muchos otros factores que se han convertido en valor por encima de la persona siempre ha habido en las sociedades y en las culturas, pero no siempre han dominado. Cuando lo han logrado, la guerra, la esclavitud, la muerte, el dolor se han instalado en ellas; el reino de la inmoralidad.
Hoy en Venezuela para los  malandros su delito es el valor. Ya están en el reino de la inmoralidad. Cuando circula libremente el lenguaje de la muerte, de la antipersona, en el canto, en la imagen, en la palabra de los que líderizan la  sociedad, se van sembrando las semillas de un futuro inhumano.

Todavía no ha llegado plenamente, pero se nos acerca. El valor persona aun vive en nuestro pueblo.  ¿Qué haremos para que ese porvenir no nos alcance?

Quién manda en la cárcel

Quién manda en la cárcel
Alejandro Moreno

En lo poco que llevamos de año ya hemos tenido numerosos muertos y heridos en el interior de las cárceles venezolanas además de autosecuestros de familiares, huelgas de hambre, de sangre y otros serios problemas. La impresión que se tiene ante semejantes informaciones es que las cárceles son el reino de la anarquía, pero nuestras investigaciones con historias-de-vida de reclusos no avalan esa imagen. Las cárceles son el reino de la violencia pero no el de la anarquía. En ellas hay un orden y unas reglas de funcionamiento bien estrictas.

Un orden exterior, el que pone la autoridad de diverso tipo, corrupto, arbitrario, bajo la capa de reglas institucionales que lo protegen y lo hacen funcional para el logro de sus perversos objetivos, estricto en su exigencia de respetar las normas reales y aparentar el cumplimiento de las formales. Orden dotado de plena coherencia interna.

Pero hay también un orden interior, unos sistemas de funcionamiento, unas reglas de comportamiento e incluso de la manera de hablar, una regulación del ejercicio del poder, cuya infracción se paga con la muerte. Es un orden criminal pero no anárquico.

Difícilmente olvidaré la confesión de un ministro de Justicia, en su despacho, a quienes lo habíamos abordado precisamente por un problema carcelario: “Después de las seis de la tarde, el penal está por completo en manos de los presos”. Entonces me asombré, hoy el asombro ya no tiene sitio.
En realidad, el penal, dentro, está en manos de los presos desde las seis de la tarde hasta las seis de la tarde del siguiente día. En él los grupos están organizados, con su propio régimen de mando, de protección, de circulación de bienes ­—armas, drogas, alimentos—, en competencia a veces guerrera, otras de tregua o de convenio. Cada nuevo entra en seguida en alguno de los clanes. No se puede estar solo porque la muerte le llega pronto al solitario.

“Cuando llegué, me recibió. El hombre me recibe y en lo que me recibe, me arroja, donde nos fichan a todos, me zumba una pistola y una granada. Yo agarro en el aire la pistola y agarro la granada, y me dice: eso es pa que usté se defienda y me guarde las espaldas”. Lo narra José en su historia-de-vida. Hasta en ese sitio, bajo la mirada de los funcionarios, manda el pran.
A fines del pasado mes de enero hubo tres heridos en una cárcel porque “los internos se enfrentaron luego que tres de ellos violaron una norma. Los líderes se molestaron y les dispararon en las piernas”. Así escribe la reportera.
Las reglas de relación entre grupos y en el interior de cada grupo son de estricto cumplimiento y cuando alguien las viola entra la violencia para poner orden. El orden es visto como necesario para sobrevivir. Si no hay otro posible, será el que imponga la violencia, pero uno es necesario.

Lo dice José en una situación de total arbitrariedad en la que se encuentra en uno de los muchos penales que habitó: “Esto aquí es insoportable; uno no puede hacer nada, chico. Uno aquí requiere orden, ¿entiendes? Pero, bueno, tranquilo. Yo sé que estoy preso”. En la cárcel el delincuente exige orden. Si no lo hay, se halla a merced del que lo quiera matar y, encerrado como está, no tiene escapatoria.

En un Estado responsable ante sus ciudadanos y guiado por principios de respeto pleno a los derechos humanos, son las instituciones las que deben ponerlo ejerciendo el poder que la sociedad les ha entregado. Cuando el estado falla en el ejercicio de sus funciones y de sus compromisos, el orden, necesario hasta en las cárceles y para los delincuentes, alguien lo impone. Igual que en el barrio, también en la cárcel, la paz, es malandra y fruto de la violencia.


El padre ausente

EL PADRE AUSENTE
YRVIS COLMENARES.
irvincolmenares@gmail.com

        Entre las tantas historias que inauguraron en Venezuela  los hombres que bajaron de las carabelas,  pudiera estar la del padre ausente. Es probable que estos hombres, acosados por las circunstancias, dejaran su semilla sembrada en las aborígenes de aquel tiempo y siguieran su gesta conquistadora sin conocer el destino de esos encuentros.
        Luego, la terrible y larga guerra de independencia devoró la casi totalidad de los varones de entonces. Dejando como consecuencia una gran orfandad y unas madres que tuvieron que salir adelante haciendo de tripas corazones para garantizar la sobrevivencia de sus críos.
        Dos momentos históricos en los que seguramente se conformó esta historia de abandono que nos acompaña hasta el sol de hoy y donde el padre, en más hogares de los que se quisieran, fue quedando reducido casi a una nada.
Realidad amarga esta, pero realidad al fin: Para la gran mayoría   de nuestras familias,  principalmente las de las zonas  populares, el padre es una ausencia. Bien sea, porque abandona su hogar en forma temprana y los hijos crecen con el vacío de su existencia, o porque aún estando presente no se ocupa de impactar decisivamente la formación de los valores de sus hijos.
Sobre los alcances de esa ausencia nos habla el trabajo realizado, sobre una historia de vida de un varón venezolano,  por Alejandro Moreno y su equipo de investigación (Buscando Padre. Caracas 2002).
En esta investigación se muestra que el padre ausente no le es indiferente al hijo. No es, como se pudiera pensar, que da igual tenerlo que no tenerlo. Porque a fin de cuentas, como indiqué al inicio del escrito, es bastante añeja la historia de soledad paterna en la familia venezolana y por tanto ya debíamos habernos adaptado a esa especificidad de nuestra familia.
El estudio mencionado señala que sí tiene significación para el hijo la figura del padre, claro que en un nivel muy pequeño en relación con la madre. Este padre ausente se convierte para el venezolano en una especie de oquedad que necesita ser llenada. En una búsqueda permanente de figuras sustitutas. En una añoranza por ese afecto desconocido.
 El hijo manifiesta una afectividad conflictiva hacia la figura paterna. La vivencia de abandono es muy fuerte y genera sentimientos encontrados donde el amor se mezcla con el odio y a la larga hace difícil el perdón, por lo que el hijo opta por el olvido del padre.
El varón venezolano no la tiene fácil a la hora de construir un modelo de paternidad. Anda a tientas por caminos inciertos. Su imagen paterna la ha ido formando con los retazos que cada una de las mujeres de su familia ha tenido a bien cederle.  Madre, tías, abuelas. Cada una pone su granito de arena para que ese hijo le de algún significado a la palabra padre. El padre que conoce el hijo venezolano es el que las mujeres de su familia deciden presentarle. Como en todo, de esas interpretaciones matriales saldrán algunos ejemplos bien parados y otros serán un desastre. De este modo la palabra padre cobra algún sentido para el hijo pero la vivencia se queda en el vacío.
Sin la vivencia orientadora parece inevitable que el  conflicto siga su curso. Muchos seguirán engendrando para luego repetir su vivencia de abandono.  Hasta cuándo… Las normas de la cultura suelen cambiar lentamente.
Es verdad que, gracias a Dios, la madre con su gigantesca presencia llena bastante  ese vacío dejado por el padre. Suficiente para que llevemos nuestra existencia sin mayores conflictos existenciales. Suficiente para dotarnos de un sentido de convivencialidad que nos ha permitido vivir en paz. Pero aún así la añoranza late con fuerza.
 No obstante lo anterior, creo que pudiéramos coincidir en que hay cierta tendencia en la juventud actual por tratar de darle otro significado a su paternidad.  Hoy día es frecuente ver a muchos jóvenes compartiendo con la madre la crianza de los hijos. Se ve más acompañamiento de los padres. Puede ser que ese sea un signo alentador.
Abocarnos todos a entender estos asuntos es una manera de facilitar un cambio nada fácil:  el nacimiento de ese padre que hasta ahora no termina de cuajar.

La paz del Mesías

La paz del Mesías
Alejandro Moreno

Algunas de las palabras que el papa pronunció en Roma el tercer domingo de Adviento han dado la vuelta al mundo, pero no todas  Su homilía forma una estructura orgánica cuyo núcleo integrador y dador de sentido la gran prensa ha mutilado y, así, falseado.

El centro de su discurso está en la pregunta que Juan el Bautista, mediante sus discípulos, le dirige a Jesús y la respuesta de éste. El papa las reformula para situarlas en el hoy de la historia.  La pregunta de Juan, bien conocida, es: “¿Eres tú o tenemos que esperar a otro?” Benedicto comenta: “En los últimos dos, tres siglos muchos han preguntado: ‘¿Pero realmente eres tú o el mundo tiene que ser cambiado en manera más radical? ¿Tú no lo haces?’ Y han venido muchos profetas, ideólogos y dictadores que han dicho: ‘No es él. No ha cambiado al mundo. Somos nosotros’. Y han creado sus imperios, sus dictaduras, sus totalitarismos con los que sí cambiarían el mundo. Y lo han cambiado, pero en forma destructiva. Hoy sabemos que de estas promesas no ha quedado sino un gran vacío, una gran destrucción. No eran ellos”.

A los discípulos de Juan, Jesús les responde de manera indirecta mostrándoles, para que se lo cuenten a su maestro, lo que está ante sus ojos, esto e, que los ciegos ven, los muertos resucitan y a los pobres se les anuncia la buena nueva. El papa glosa esta respuesta: “Miren lo que he hecho yo. No he hecho una revolución violenta. No he cambiado el mundo a la fuerza. Pero he encendido muchas luces que forman un gran camino de luz para milenios”. Y corona este cuerpo central de sus palabras: “El Señor le ha dicho a Juan que no son ni la revolución violenta ni las grandes promesas lo que cambia el mundo sino la silenciosa luz de la verdad, de la bondad de Dios que es señal de su presencia y que nos da la certeza de que somos amados hasta el fondo y de que no somos olvidados ni somos producto del azar sino de unas voluntad de amor”.

Lo contrario al amor no es ni siquiera el odio sino el poder que consiste en la capacidad de lograr por la fuerza, el terror y la aniquilación que el otro se someta y haga, piense, viva, lo que no quiere hacer, ni pensar, ni desear, ni vivir.
En el fondo no hay diferencia esencial entre el poder del malandro que obtiene lo que desea con un arma y el poder de los violentos mesías a los que se refirió el papa. Uno y otros cambian el mundo para sí, para su triunfo, para su gloria, para su “respeto”, destruyendo.

El poder liberador, salvador, no busca respeto; respeta; no acapara, dona; no desnuda, arropa; no entristece, alegra; no golpea, acaricia; no asusta, protege. Es amor, amor poderoso.

El Mesías real y realista nos ha dicho que la plenitud no es para ya sino que se va construyendo, que en el mundo se mezclan las tinieblas con la luz pero que el camino más se ilumina si se multiplican las llamas que se encienden. Las pretensiones de iluminarlo “de una vez por todas” – qué expresión más dañina - sólo ha apagado luces y adensado tinieblas.

Es difícil resistirse a la tentación de ejercer el poder de dominación para obtener lo que se considera un bien necesario. Esa ha sido una de las más insidiosas coartadas que para justificarse ha utilizado el poder impositivo. Sin embargo, un cierto ejercicio de ese poder, que de todos modos es un mal, resulta inevitable en un mundo en el que la violencia delincuencial y muchos otros males son realidad, pero ha de estar en las manos de la conciencia y la acción responsablemente democrática de todo un pueblo de iguales en derechos, sabiendo que “los jefes de las naciones las tiranizan y los grandes las oprimen. No será así entre ustedes; al contrario”. (Mt. 20,25).

sábado, 9 de julio de 2011

Ver y Jugar.

Ver y Jugar
Alejandro Moreno

Las manos por delante. Declaro que me repugnan los videojuegos de contenido y  acción violentos y ni los he jugado ni los juego. Declaro, así mismo, que considero criminal entregarles a niños pistolas de verdad, cargadas, para que jueguen a disparar  balas verdaderas como he expuesto en mi artículo anterior.
Me han divertido siempre, sin embargo, esos chamos que juegan –o jugaban, porque hoy…-- a vaqueros o a policías y ladrones, con pistolas de plástico, con un palito empuñado a modo de revólver o con los simples dedos índice y corazón tiesos mientras los otros tres forman un puño disminuido –los niños inventan sus juguetes-- y se caen gritando estoy muerto, levantan las piernas pataleando, hacen muecas simulando dolor y se inmovilizan por un instante. ¿Qué adulto actual no ha jugado así cuando era niño? ¿Somos hoy criminales?
Estoy en casa de un amigo. Este le dice a su hijo de seis años que quiere seguir viendo una película en el televisor: “Vete a la cama, que te va a dar miedo y no vas a poder dormir”. El niño responde: “Nooo, papá, si eso no es verdad; esas pistolas son de mentira, esos disparos son triquitraquis, eso no es sangre, es salsa de tomate”. Y por ahí se manda el chamito. No estoy inventando.

Los objetos que manejamos, las acciones que contemplamos y en las que participamos, los símbolos que forman parte cotidiana de nuestra cultura, no tienen un significado adherido inseparablemente a su estructura aunque uno determinado se les haya dado en su origen. El uso que de ellos se haga depende del significado que les atribuya no sólo la sociedad sino también la persona singular en el momento. El horizonte de significación en que se ubique el objeto o el acontecimiento marca el empleo que se le dé y los efectos que tenga tanto físicos en el medio como psicológicos en las personas. Así, en un horizonte significativo de deporte, un bate es un medio de diversión, pero cuando en el juego se produce un enfrentamiento, el bate se sitúa en el horizonte significativo de pelea y puede convertirse en arma, incluso mortal.

El hijo de mi amigo entiende bien, aunque sea muy pequeño, el significado de ficción que la cultura le da a la película, pero puede haber otros, un malandro que toma en serio su vida delincuencial por ejemplo, que a una película le dé un significado de modelo para aprender cómo asaltar un banco o cómo abrir una caja fuerte aunque la película haya sido significada por sus autores como ficción y entretenimiento. Eso ya no depende del objeto sino de las condiciones insanas del sujeto.

Cuando una acción, por muy violenta que sea, se sitúa en el significado de juego, la violencia deja de significarse como tal, es devaluada y reducida a mofa. Es educativo mofarse de la violencia. De esa manera se la maneja racional y afectivamente y se la exorciza de la propia vida.

Una lectura reflexiva de la ley contra videojuegos y juguetes bélicos deja la impresión de una increible superficialidad, de simplismo mental, hoy que tanto se habla del pensamiento complejo, de un conocimiento atrasado, más bien vulgar, de la psicología del niño y de una intención ridícula de normar al juego imponiéndole incluso los fines que debe tener y hasta la manera en que debe ser pensado. El niño significa su juego cuyos fines son intrínsecos a la función que desempeña en su desarrollo y nadie puede, por más que quiera, significarlo y normarlo desde fuera. Pensamiento de paz, sí.  Pero su formación es compleja. En ella entra también la eliminación de lo que, so capa de juego, es incitación y promoción, o sea, discurso. Puede servir una ley bien pensada.
¿Y los utensilios “bélicos” que no son juego ni para jugar?