sábado, 9 de julio de 2011

Ver y Jugar.

Ver y Jugar
Alejandro Moreno

Las manos por delante. Declaro que me repugnan los videojuegos de contenido y  acción violentos y ni los he jugado ni los juego. Declaro, así mismo, que considero criminal entregarles a niños pistolas de verdad, cargadas, para que jueguen a disparar  balas verdaderas como he expuesto en mi artículo anterior.
Me han divertido siempre, sin embargo, esos chamos que juegan –o jugaban, porque hoy…-- a vaqueros o a policías y ladrones, con pistolas de plástico, con un palito empuñado a modo de revólver o con los simples dedos índice y corazón tiesos mientras los otros tres forman un puño disminuido –los niños inventan sus juguetes-- y se caen gritando estoy muerto, levantan las piernas pataleando, hacen muecas simulando dolor y se inmovilizan por un instante. ¿Qué adulto actual no ha jugado así cuando era niño? ¿Somos hoy criminales?
Estoy en casa de un amigo. Este le dice a su hijo de seis años que quiere seguir viendo una película en el televisor: “Vete a la cama, que te va a dar miedo y no vas a poder dormir”. El niño responde: “Nooo, papá, si eso no es verdad; esas pistolas son de mentira, esos disparos son triquitraquis, eso no es sangre, es salsa de tomate”. Y por ahí se manda el chamito. No estoy inventando.

Los objetos que manejamos, las acciones que contemplamos y en las que participamos, los símbolos que forman parte cotidiana de nuestra cultura, no tienen un significado adherido inseparablemente a su estructura aunque uno determinado se les haya dado en su origen. El uso que de ellos se haga depende del significado que les atribuya no sólo la sociedad sino también la persona singular en el momento. El horizonte de significación en que se ubique el objeto o el acontecimiento marca el empleo que se le dé y los efectos que tenga tanto físicos en el medio como psicológicos en las personas. Así, en un horizonte significativo de deporte, un bate es un medio de diversión, pero cuando en el juego se produce un enfrentamiento, el bate se sitúa en el horizonte significativo de pelea y puede convertirse en arma, incluso mortal.

El hijo de mi amigo entiende bien, aunque sea muy pequeño, el significado de ficción que la cultura le da a la película, pero puede haber otros, un malandro que toma en serio su vida delincuencial por ejemplo, que a una película le dé un significado de modelo para aprender cómo asaltar un banco o cómo abrir una caja fuerte aunque la película haya sido significada por sus autores como ficción y entretenimiento. Eso ya no depende del objeto sino de las condiciones insanas del sujeto.

Cuando una acción, por muy violenta que sea, se sitúa en el significado de juego, la violencia deja de significarse como tal, es devaluada y reducida a mofa. Es educativo mofarse de la violencia. De esa manera se la maneja racional y afectivamente y se la exorciza de la propia vida.

Una lectura reflexiva de la ley contra videojuegos y juguetes bélicos deja la impresión de una increible superficialidad, de simplismo mental, hoy que tanto se habla del pensamiento complejo, de un conocimiento atrasado, más bien vulgar, de la psicología del niño y de una intención ridícula de normar al juego imponiéndole incluso los fines que debe tener y hasta la manera en que debe ser pensado. El niño significa su juego cuyos fines son intrínsecos a la función que desempeña en su desarrollo y nadie puede, por más que quiera, significarlo y normarlo desde fuera. Pensamiento de paz, sí.  Pero su formación es compleja. En ella entra también la eliminación de lo que, so capa de juego, es incitación y promoción, o sea, discurso. Puede servir una ley bien pensada.
¿Y los utensilios “bélicos” que no son juego ni para jugar? 

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