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martes, 2 de agosto de 2011

Ideología y realidad

Ideología y realidad.
Yrvis Colmenares.
irvincolmenares@gmail.com.

Remata Marx en la décima tesis sobre Feuerbach (1845) diciendo lo siguiente: “Los filósofos no han hecho  más que interpretar de diversos modos el mundo, pero de lo que se trata es de transformarlo”.  Esto lo está escribiendo como conclusión en un texto donde pretende criticar el idealismo de Feuerbach.  La forma de hacer la crítica es poco sólida, en forma de sentencias o tesis,  10 en total. El tema de la transformación lo deja guindando en el aire sin sustento alguno, en consecuencia queda un gran vacío sobre cuestiones medulares: quién o quiénes son los sujetos de la transformación, a qué tipo de transformación se refiere, por qué debe darse tal o cuál transformación,  cuál es el rumbo de esa transformación. Simplemente se limita a enunciar un punto de vista, tan válido o tan discutible como el de Feuerbach. Una  idea más. Sólo expresa una voluntad y un deseo de que la realidad sea de la manera que a él más le agrada. En ninguna parte de las 10 tesis sostiene con  argumentos sólidos las premisas de su conclusión: que los filósofos sólo han interpretado y que lo que hay que hacer es transformar. El Marx de estas tesis es tan idealista como el Feuerbach que pretende someter a la “crítica”. Sin embargo, entre un buen número de pensadores se ha llegado a la conclusión que con el análisis contenido en esas tesis se produce una ruptura epistemológica en relación con el pensamiento objetivista  e idealista.

Tres años después en el manifiesto comunista (1848) responde un poco el asunto de la transformación:”Toda la historia de la sociedad humana, hasta la actualidad, es una historia de la lucha de clases”. De nuevo vuelve a situarse en el horizonte idealista. El solo enunciado es suficiente para crear la realidad. Los pocos argumentos que da para justificar la tesis de la lucha de clases los construye echando mano a una reducción total de la vida humana. Marx sólo puede concebir a los humanos como sujetos que han pasado su vida echándose golpes en una arena. En  defensa  de este argumento tan reduccionista podríamos aceptar que a lo mejor   Marx vivió algo de esa violencia en la Inglaterra de su época cuando se estaba consolidando la revolución industrial y por eso se  impacto  y sin darse cuenta extrapola esa vivencia. Pero  eso en vez de sacarlo del idealismo lo hunde más.

 Los fantasmas del idealismo lo acechan una y otra vez en cada letra del manifiesto. Como buen hombre de su tiempo,  es presa de una idea dominante en su manera de pensar la realidad: Europa es el centro del mundo. Por eso todos los ejemplos para ilustrar su idea de la lucha de clases provienen de situaciones históricas vividas en el mundo europeo.  Esto es lo que él llama: “Toda la sociedad humana”. Qué más idealismo que pretender conocer la infinitud de la vida a partir de la experiencia personal. Pero a muchos los sedujo esta manera de pensar.

Con el peso del idealismo aplastando la producción intelectual marxiana el resto de estas obras sólo tienen sentido en el marco del idealismo que él construyó. Tesis centrales entre los marxistas como la cuarta de Feuerbach: “La coincidencia de la modificación de las circunstancias y de la actividad humana sólo puede concebirse y entenderse racionalmente como práctica revolucionaria”. O el inevitable triunfo del proletariado para el advenimiento de la sociedad socialista: “Y así, al desarrollarse la gran industria, la burguesía ve tambalearse bajo sus pies las bases sobre que produce y se apropia lo producido. Y a la par que avanza, se cava su fosa y cría a sus propios enterradores.  Su muerte y el triunfo del proletariado son igualmente inevitables (Manifiesto 1848)”. Sólo vienen a ser ejercicios de imaginación que no tienen sustento alguno en el desarrollo histórico o por lo menos Marx no se ocupó de mostrarlo.

El idealismo marxista ingreso al siglo XX con el sino de la tragedia.  Partiendo de Lenin, todos los que han decidido someter a sus países al experimento marxista sólo han conseguido para sus pueblos pobreza y retroceso en todos los órdenes de la vida.  Deben ser más de 100 millones los muertos que suma la experiencia socialista en Rusia, en China, en Europa oriental, en Vietnam, en Camboya, en Corea del  norte, en Cuba. Seres humanos muertos por el hambre,  por los programas de reeducación, por las purgas, por los castigos inhumanos, por la desesperanza. Pero no hay manera de que un marxista reconozca que esas muertes son la mejor prueba de la inviabilidad de la propuesta de Marx. Un buen marxista siempre acudirá al argumento de la ideología para esquivar los datos de la realidad. Un buen marxista apostará por el triunfo de la revolución hasta quedar él  sólo para realizarla.

A falta de  realizaciones concretas en los ensayos socialistas, la ideología sustituyó a la realidad.

Muchos  autores se han dedicado a desnudar esta apuesta de sustituír la realidad por ideología. Dos obras recientes en el campo de la literatura vuelven a sacar el tema a la luz.

 En “el niño 44”, publicada en 2008, el escritor inglés Tom Rob Smith, basa su historia en un hecho real ocurrido durante la época del Stalinismo en la URSS. Un detective empieza a investigar unos asesinatos, a comienzos de los años 50, que le parecen sospechosos por su similitud y llega a la conclusión de que son productos de un asesino en serie. La respuesta del régimen soviético, en concordancia con la ideología dominante, fue que eso no era posible, puesto que el estado soviético  era la consolidación de un estadio avanzado en la evolución humana y en consecuencia no podían existir ese tipo de perversiones. A la final, luego de muchos años, casi hasta la caída del muro de Berlín y luego de muchas muertes que probablemente se hubiesen podido evitar, se atrapó al asesino serial.

La otra situación viene de la mano de un escritor cubano “Amir Valle”. En 2008 se publica fuera de Cuba su obra “Habana Babilonia”. Es un estudio de la prostitución en Cuba basado en entrevistas que el autor fue recogiendo entre diferentes personas: mujeres, hombres y niñas, pertenecientes al submundo de la prostitución. Un estudio crudo sobre una forma de vida extendida más de lo que uno pudiera imaginar para un país tan pequeño. Señala Amir que hasta el año 1999 en la legislación cubana se omitía el tema de la prostitución porque: “en la Cuba revolucionaria se había dignificado a la mujer y se habían desechado esas prácticas propias de unas situaciones de explotación de la mujer”. Para el año 1999 el problema de la prostitución se había extendido tanto que en muchos hogares, señala Amir, un motivo de chanza era decirle a las niñas: “Hay qué linda, esta es la próxima jineterita de la casa”. Luego del año 99 el gobierno Cubano reconoce el  problema y trata de atacarlo por la vía legal incorporando sanciones al código penal.

Vuelvo una vez más al Marx de Feuerbach en la segunda tesis:  “El problema de si al pensamiento humano se le puede atribuir una verdad objetiva, no es un problema teórico, sino un problema práctico.” Es un asunto práctico inventarse una teoría para tomar el poder y ejercerlo despóticamente. Es un asunto práctico trucar la ideología en realidad para someter a los pueblos. Para eso ha servido perfectamente el pensamiento del Sr. Marx.

jueves, 14 de julio de 2011

¿Política para quién?


¿Política para quién?

Yrvis Colmenares.
irvincolmenares@gmail.com

Me parece una pérdida de tiempo discutir si la política es o no un asunto de élites. Otro asunto distinto es si esas élites pueden o no interpretar las expectativas de la mayoría.

Durante los primeros años de la democracia venezolana, años 60 del siglo XX,  los políticos de ese entonces lograron integrar las expectativas de la mayoría popular en el proyecto de construcción de un país donde la inclusión era una realidad. Venezuela era para todos. Datos sobran para justificar esta afirmación: Un proceso de reforma agraria para incrementar la producción de alimentos, la continuación de las mejoras en la vialidad iniciadas en la dictadura,  consolidación de servicios de aguas blancas, aguas negras e iluminación, ampliación de la cobertura médico asistencial y educativa, bajas tasas de desempleo, baja tasa de pobreza, alto nivel de seguridad, alto poder adquisitivo para la mayoría de la población, y un asunto no medible en la época,  pero no menos importante: la certeza en la población de que  las nuevas generaciones iban a tener un nivel de vida mejor que las precedentes.

Por supuesto que no faltaron los detractores y entusiastas denunciantes de un “proyecto vendido a los intereses del  imperialismo”. Pero sus altisonantes denuncias se estrellaban ante una realidad en la que la mayoría de la población no veía por ningún lado lo que esos pocos venezolanos gritaban. La población, por el contrario, avalaba con su presencia masiva en las urnas a la naciente democracia y negaba radicalmente su apoyo a los grupos que atentaban contra ella.

Este  “estado de bienestar” venezolano duró aproximadamente hasta finales de los años 70. Poco a poco  la élite política que inició el proyecto democrático fue sustituida por una nueva,  que fue perdiendo el roce popular. La “vieja guardia”, formada al calor del cara a cara, “mordiendo el polvo del camino”,  dio paso a una nueva generación de  políticos formados  en  los conciliábulos de los buró partidistas, alejados del sentir de las mayorías populares. Creo que allí podemos encontrar la explicación de lo que vino luego.

A partir de los 80 se hizo evidente que los aparatos partidistas perdían cada vez más la identificación con el sentir popular. La política fue perdiendo  su sentido de servicio público para entrar en  un limbo donde oportunistas de toda índole aprovecharon de llenar sus arcas. El desencanto hacia la política se convirtió en “sentido común” y todos los sectores de la vida social se pusieron de acuerdo para matar a los partidos políticos que, hasta ahora, habían logrado ganar la pelea en la “larga marcha hacia la democracia”(Carrera Damas). Estábamos generando las condiciones para la debacle.

Ese estado de desencanto fue el que aprovecho Chávez  para  llegar al poder. La mayoría del país decidió apostar por un “outsider” que prometía rescatar la inclusión perdida. Chávez logró sintonizar con el sentir popular y el pueblo le dio su confianza. Pero el proyecto chavista pronto se reveló como un gran espejismo.  El socialismo del siglo XXI decidió sacrificar un posible acercamiento a la comprensión de lo popular para imponer un programa ideológico que cada vez se asemeja más a los proyectos socialistas que fracasaron en el siglo XX. Como no encuentra nada de valor en el pueblo rescata esa vieja idea de la revolución cubana de edificar al “hombre nuevo”. Ya es demasiado redundante comentar en que ha parado el proyecto cubano.

Hoy nos encontramos en una situación en la que el chavismo pierde cada vez más espacio en el corazón del pueblo. Pero se ve lejano en el horizonte quién llene ese vacío. Una buena parte de la dirigencia política de oposición parece no recordar las razones que llevaron al traste a los partidos tradicionales del  siglo XX.  Es como si en estos  últimos 12 años no hubiese pasado nada nuevo en el país. Como si no se tuviese claridad del retroceso que significa el proyecto chavista.

La élite necesita urgentemente una alta dosis de humildad. Necesita abandonar la prepotencia y la suficiencia para dedicarse a escuchar al pueblo. Necesita tomar conciencia de la necesidad que tiene, para poder hacer viable cualquier proyecto político de poder, de romper con  esa concepción de que el pueblo no puede aportar nada sino que debe transformarse para poder servir. No es imposible ser élite y comprender el sentir popular. Los venezolanos que dirigieron el país en los tempranos años de la democracia lo supieron hacer. Manos a la obra.

domingo, 10 de julio de 2011

El padre ausente

EL PADRE AUSENTE
YRVIS COLMENARES.
irvincolmenares@gmail.com

        Entre las tantas historias que inauguraron en Venezuela  los hombres que bajaron de las carabelas,  pudiera estar la del padre ausente. Es probable que estos hombres, acosados por las circunstancias, dejaran su semilla sembrada en las aborígenes de aquel tiempo y siguieran su gesta conquistadora sin conocer el destino de esos encuentros.
        Luego, la terrible y larga guerra de independencia devoró la casi totalidad de los varones de entonces. Dejando como consecuencia una gran orfandad y unas madres que tuvieron que salir adelante haciendo de tripas corazones para garantizar la sobrevivencia de sus críos.
        Dos momentos históricos en los que seguramente se conformó esta historia de abandono que nos acompaña hasta el sol de hoy y donde el padre, en más hogares de los que se quisieran, fue quedando reducido casi a una nada.
Realidad amarga esta, pero realidad al fin: Para la gran mayoría   de nuestras familias,  principalmente las de las zonas  populares, el padre es una ausencia. Bien sea, porque abandona su hogar en forma temprana y los hijos crecen con el vacío de su existencia, o porque aún estando presente no se ocupa de impactar decisivamente la formación de los valores de sus hijos.
Sobre los alcances de esa ausencia nos habla el trabajo realizado, sobre una historia de vida de un varón venezolano,  por Alejandro Moreno y su equipo de investigación (Buscando Padre. Caracas 2002).
En esta investigación se muestra que el padre ausente no le es indiferente al hijo. No es, como se pudiera pensar, que da igual tenerlo que no tenerlo. Porque a fin de cuentas, como indiqué al inicio del escrito, es bastante añeja la historia de soledad paterna en la familia venezolana y por tanto ya debíamos habernos adaptado a esa especificidad de nuestra familia.
El estudio mencionado señala que sí tiene significación para el hijo la figura del padre, claro que en un nivel muy pequeño en relación con la madre. Este padre ausente se convierte para el venezolano en una especie de oquedad que necesita ser llenada. En una búsqueda permanente de figuras sustitutas. En una añoranza por ese afecto desconocido.
 El hijo manifiesta una afectividad conflictiva hacia la figura paterna. La vivencia de abandono es muy fuerte y genera sentimientos encontrados donde el amor se mezcla con el odio y a la larga hace difícil el perdón, por lo que el hijo opta por el olvido del padre.
El varón venezolano no la tiene fácil a la hora de construir un modelo de paternidad. Anda a tientas por caminos inciertos. Su imagen paterna la ha ido formando con los retazos que cada una de las mujeres de su familia ha tenido a bien cederle.  Madre, tías, abuelas. Cada una pone su granito de arena para que ese hijo le de algún significado a la palabra padre. El padre que conoce el hijo venezolano es el que las mujeres de su familia deciden presentarle. Como en todo, de esas interpretaciones matriales saldrán algunos ejemplos bien parados y otros serán un desastre. De este modo la palabra padre cobra algún sentido para el hijo pero la vivencia se queda en el vacío.
Sin la vivencia orientadora parece inevitable que el  conflicto siga su curso. Muchos seguirán engendrando para luego repetir su vivencia de abandono.  Hasta cuándo… Las normas de la cultura suelen cambiar lentamente.
Es verdad que, gracias a Dios, la madre con su gigantesca presencia llena bastante  ese vacío dejado por el padre. Suficiente para que llevemos nuestra existencia sin mayores conflictos existenciales. Suficiente para dotarnos de un sentido de convivencialidad que nos ha permitido vivir en paz. Pero aún así la añoranza late con fuerza.
 No obstante lo anterior, creo que pudiéramos coincidir en que hay cierta tendencia en la juventud actual por tratar de darle otro significado a su paternidad.  Hoy día es frecuente ver a muchos jóvenes compartiendo con la madre la crianza de los hijos. Se ve más acompañamiento de los padres. Puede ser que ese sea un signo alentador.
Abocarnos todos a entender estos asuntos es una manera de facilitar un cambio nada fácil:  el nacimiento de ese padre que hasta ahora no termina de cuajar.