viernes, 23 de septiembre de 2011

Lo Sabíamos

Lo sabíamos
Alejandro Moreno

“Sabíamos que esto nos iba a pasar”. Lo dice la gente del barrio de allá. Cuando llegó la policía y se llevó al Sergio y sus panas, no se sabe si para cumplir con su deber o porque algún chanchullo cocinaban, algunos se alegraron pero la gran mayoría de la gente se preocupó porque “sabían lo que les iba a pasar”. Sergio y su grupo formaban el primer anillo malandro del barrio, el de los “profesionales”, los que se dedicaban al delito como su medio exclusivo de vida, de recursos económicos y de adquisición y mantenimiento del necesario “respeto”. Claro que eran y son malandros, pero su negocio estaba fuera del barrio. Dentro, en cambio, no sólo defendían a sus convecinos contra otros delincuentes que quisieran llegar a someterlos o a enconcharse en la comunidad atrayendo así la atención de los policías cuya actuación suele ser más temible, sino que además, y sobre todo, mantenían a raya a esos chamos de catorce, quince y dieciséis años que aprendían de ellos y los acompañaban pero que también esperaban la oportunidad de ocupar su lugar. Unos días antes el Gabilancito que quiso alebrestarse recibió sus buenos cachazos para que se quedara quieto y no tuvo más remedio que achantarse con su cabeza sangrante. El barrio estaba en paz, en esa “paz malandra” de la que hace un tiempo escribí en este mismo espacio y que es la mejor y más segura que se puede dar hoy en una comunidad popular de cualquiera de nuestras ciudades. La policía acabó con ella y desató la guerra. Llevándose al Sergio y su combo, dejó el campo despejado para que esos adolescentes aprendices se encontraran libres de entregarse a ganar “respeto” y recursos con sus fechorías. Como todavía no tenían experiencia ni práctica en el delito fuera, pues el espacio estaba ocupado por una competencia en la que hacerse un lugar requiere inteligencia, decisión, riesgo y tiempo, cosas en las que Sergio estaba ya sobrado, empezaron a perturbar la tranquilidad del barrio. Entraron en las casas, robaron equipos, asaltaron a los estudiantes para quitarles los celulares y algunos zapatos y se empezaron a oír tiros bien cerquita casi todas las madrugadas. Y estalló la guerra entre ellos. Al Gavilancito, que quiso imponerse como otro Sergio pero sin llegarle a los talones, ya lo mataron con su amigo el Catire. El tiroteo fue de película, calle arriba y calle abajo. Hacía demasiado tiempo que eso no pasaba. Entre tiro y tiro le pegaron también a una niña de cuatro años con una bala que atravesó la ventana de su casa. Está grave en el hospital. La gente no sabe qué hacer y añora los buenos tiempos de la paz malandra. Con un malandro mayor se puede hablar y negociar pero con estos “bichitos”, como se suele decir, imposible.
El control de la violencia, en una comunidad popular, es algo mucho más complejo y delicado de lo que suelen pensar la policía, el Estado, la sociedad bienpensante o los mismos “violentólogos”. El barrio es ya de por sí una intrincada red de relaciones humanas de todo tipo en la que el grupo de malandros  tiene su puesto lo mismo que un enfermo, por muy grave que esté, lo tiene en su familia. Es además un sistema de fuerzas en equilibrio precario. Cuando un factor externo lo perturba, puede desencadenarse el caos con sus secuelas de muerte y sufrimiento. La buena voluntad no es suficiente, puede llevar al infierno. Nadie duda de que el Estado y sus instituciones tienen que intervenir. Su ausencia, causante de impunidad, es tan dañina como puede serlo una presencia que no tome en cuenta lo complejo de la realidad.
Es necesario saber antes de actuar. No es fácil. Difícil y todo, la gente del barrio siempre sabe “lo que nos va a pasar”.

viernes, 12 de agosto de 2011

Lo carcelario de la cárcel


Lo carcelario de la cárcel
Alejandro Moreno

Me he detenido brevemente sobre algunas fotografías aparecidas en Internet de la cárcel de Breivik en la que va a ser internado el asesino de Oslo: luz, limpieza, computadoras para uso del interno, amplios espacios, celdas casi como cuartos de hotel cinco estrellas, amplios ventanales sin rejas, cancha de basket cubierta y seguramente climatizada dado el frío del país, y no pare de contar porque hay más. Parece que en Noruega el petróleo, porque es país petrolero, no da sólo para que sus habitantes tengan “la mayor suma de felicidad posible” sino también para que de ella participen los presos. Y no tiene las mayores reservas del mundo.
Vengamos a Venezuela. “Estamos dispuestos  a pagar nuestra condena, pero no como animales indeseables sino como seres humanos que es lo que somos. Desde hace tiempo nos tienen encerrados en calabozos de 2x2 metros, en los que también hay 6, 7 y hasta 8 reclusos”. Esto dicen el pasado 28 de julio los presos de Barinas. Agregan los reporteros: “esta situación se empeora al no contar con servicios básicos como agua y electricidad”.
Sujetos ahora de nuestro estudio: Ulises: “Allá  en la cárcel hay una vaina que se llaman las tumbas. Es un calabozo como el tamaño de ese mueble  Ahí es donde meten cuando tú te portas mal. Es como que si tú estuvieras muerto. De ahí no te saca nadie. Te pasan la comida; pero son 8 días ahí acalambrado, que tú no te puedes mover. Te empujan así, con el pie y si tú quedaste con la cabeza p’allá es con la cabeza p’allá que vas a estar; tú no te puedes mover. Nada más es unas rejitas así, por donde ves p’afuera. Ahí la vida de uno es como decí  la vida de un cochino chico, cuando te engolde te matamo y ya”. Alberto: “Comeme un poco‘e gusanos porque prácticamente uno come es gusano allá dentro. ¿Tú sabes lo que es comé gusano así…? No gusano, porque eso es mentira, sino comé arepa con gusanos; hallaquita y huevo frito con gusanos; sardina con gusanos; la comida podría así que…”. Nelson: “No era que tú llegabas y te daban una litera. No. Tú llegabas durmiendo en el piso. Entonces, pa una cama te la daban después, o tú te la ganabas o tenías que entrá a chuzo con alguien pa quitásela, o que mataran a un güevón de ahí y tú te acostabas en esa cama. ¿Entiendes?” Alfredo: “El desahogo de... las aguas negras. Se hacía una piscina, como estilo de una piscina, porque no había desahogo. Entonces, como estaban tapadas, se hacía... y ahí nos metían. A da vueltas ¡y a punta e plan, pues!”.
¿Qué habrá de ser lo carcelario, la estructura y los fines, de la cárcel?
Los noruegos no han eliminado las cárceles pero es evidente que la de Breivik no está pensada para castigar, torturar, humillar o hacer “pagar” unos crímenes que nadie puede pagar, si a eso vamos, ni con la vida ni con la muerte. El crimen es impagable. ¿Con qué estructura mental, con cuáles sentimientos profundos, con qué proyecto de voluntad, está pensada, sentida y querida la cárcel venezolana? La de hace doce años y la de esta última docena. Ni en Noruega ni en Venezuela se puede ser optimista, tal como está la criminalística hoy, sobre las posibilidades de recuperación de los criminales más empedernidos. Habrá que controlarlos para que no sigan dañando a otras personas y hasta encerrarlos mientras no aparezcan otras soluciones, no descargar simplemente sobre ellos la brutal venganza de instituciones y conductas tan asesinas como las suyas. ¿De qué humanización se hablará, de la que pone en práctica la faceta más negativa de lo humano o de la que en los hechos centra el énfasis en la plena dignidad de toda persona por ser persona y no por lo positivo o negativo de sus actos?

martes, 2 de agosto de 2011

Ideología y realidad

Ideología y realidad.
Yrvis Colmenares.
irvincolmenares@gmail.com.

Remata Marx en la décima tesis sobre Feuerbach (1845) diciendo lo siguiente: “Los filósofos no han hecho  más que interpretar de diversos modos el mundo, pero de lo que se trata es de transformarlo”.  Esto lo está escribiendo como conclusión en un texto donde pretende criticar el idealismo de Feuerbach.  La forma de hacer la crítica es poco sólida, en forma de sentencias o tesis,  10 en total. El tema de la transformación lo deja guindando en el aire sin sustento alguno, en consecuencia queda un gran vacío sobre cuestiones medulares: quién o quiénes son los sujetos de la transformación, a qué tipo de transformación se refiere, por qué debe darse tal o cuál transformación,  cuál es el rumbo de esa transformación. Simplemente se limita a enunciar un punto de vista, tan válido o tan discutible como el de Feuerbach. Una  idea más. Sólo expresa una voluntad y un deseo de que la realidad sea de la manera que a él más le agrada. En ninguna parte de las 10 tesis sostiene con  argumentos sólidos las premisas de su conclusión: que los filósofos sólo han interpretado y que lo que hay que hacer es transformar. El Marx de estas tesis es tan idealista como el Feuerbach que pretende someter a la “crítica”. Sin embargo, entre un buen número de pensadores se ha llegado a la conclusión que con el análisis contenido en esas tesis se produce una ruptura epistemológica en relación con el pensamiento objetivista  e idealista.

Tres años después en el manifiesto comunista (1848) responde un poco el asunto de la transformación:”Toda la historia de la sociedad humana, hasta la actualidad, es una historia de la lucha de clases”. De nuevo vuelve a situarse en el horizonte idealista. El solo enunciado es suficiente para crear la realidad. Los pocos argumentos que da para justificar la tesis de la lucha de clases los construye echando mano a una reducción total de la vida humana. Marx sólo puede concebir a los humanos como sujetos que han pasado su vida echándose golpes en una arena. En  defensa  de este argumento tan reduccionista podríamos aceptar que a lo mejor   Marx vivió algo de esa violencia en la Inglaterra de su época cuando se estaba consolidando la revolución industrial y por eso se  impacto  y sin darse cuenta extrapola esa vivencia. Pero  eso en vez de sacarlo del idealismo lo hunde más.

 Los fantasmas del idealismo lo acechan una y otra vez en cada letra del manifiesto. Como buen hombre de su tiempo,  es presa de una idea dominante en su manera de pensar la realidad: Europa es el centro del mundo. Por eso todos los ejemplos para ilustrar su idea de la lucha de clases provienen de situaciones históricas vividas en el mundo europeo.  Esto es lo que él llama: “Toda la sociedad humana”. Qué más idealismo que pretender conocer la infinitud de la vida a partir de la experiencia personal. Pero a muchos los sedujo esta manera de pensar.

Con el peso del idealismo aplastando la producción intelectual marxiana el resto de estas obras sólo tienen sentido en el marco del idealismo que él construyó. Tesis centrales entre los marxistas como la cuarta de Feuerbach: “La coincidencia de la modificación de las circunstancias y de la actividad humana sólo puede concebirse y entenderse racionalmente como práctica revolucionaria”. O el inevitable triunfo del proletariado para el advenimiento de la sociedad socialista: “Y así, al desarrollarse la gran industria, la burguesía ve tambalearse bajo sus pies las bases sobre que produce y se apropia lo producido. Y a la par que avanza, se cava su fosa y cría a sus propios enterradores.  Su muerte y el triunfo del proletariado son igualmente inevitables (Manifiesto 1848)”. Sólo vienen a ser ejercicios de imaginación que no tienen sustento alguno en el desarrollo histórico o por lo menos Marx no se ocupó de mostrarlo.

El idealismo marxista ingreso al siglo XX con el sino de la tragedia.  Partiendo de Lenin, todos los que han decidido someter a sus países al experimento marxista sólo han conseguido para sus pueblos pobreza y retroceso en todos los órdenes de la vida.  Deben ser más de 100 millones los muertos que suma la experiencia socialista en Rusia, en China, en Europa oriental, en Vietnam, en Camboya, en Corea del  norte, en Cuba. Seres humanos muertos por el hambre,  por los programas de reeducación, por las purgas, por los castigos inhumanos, por la desesperanza. Pero no hay manera de que un marxista reconozca que esas muertes son la mejor prueba de la inviabilidad de la propuesta de Marx. Un buen marxista siempre acudirá al argumento de la ideología para esquivar los datos de la realidad. Un buen marxista apostará por el triunfo de la revolución hasta quedar él  sólo para realizarla.

A falta de  realizaciones concretas en los ensayos socialistas, la ideología sustituyó a la realidad.

Muchos  autores se han dedicado a desnudar esta apuesta de sustituír la realidad por ideología. Dos obras recientes en el campo de la literatura vuelven a sacar el tema a la luz.

 En “el niño 44”, publicada en 2008, el escritor inglés Tom Rob Smith, basa su historia en un hecho real ocurrido durante la época del Stalinismo en la URSS. Un detective empieza a investigar unos asesinatos, a comienzos de los años 50, que le parecen sospechosos por su similitud y llega a la conclusión de que son productos de un asesino en serie. La respuesta del régimen soviético, en concordancia con la ideología dominante, fue que eso no era posible, puesto que el estado soviético  era la consolidación de un estadio avanzado en la evolución humana y en consecuencia no podían existir ese tipo de perversiones. A la final, luego de muchos años, casi hasta la caída del muro de Berlín y luego de muchas muertes que probablemente se hubiesen podido evitar, se atrapó al asesino serial.

La otra situación viene de la mano de un escritor cubano “Amir Valle”. En 2008 se publica fuera de Cuba su obra “Habana Babilonia”. Es un estudio de la prostitución en Cuba basado en entrevistas que el autor fue recogiendo entre diferentes personas: mujeres, hombres y niñas, pertenecientes al submundo de la prostitución. Un estudio crudo sobre una forma de vida extendida más de lo que uno pudiera imaginar para un país tan pequeño. Señala Amir que hasta el año 1999 en la legislación cubana se omitía el tema de la prostitución porque: “en la Cuba revolucionaria se había dignificado a la mujer y se habían desechado esas prácticas propias de unas situaciones de explotación de la mujer”. Para el año 1999 el problema de la prostitución se había extendido tanto que en muchos hogares, señala Amir, un motivo de chanza era decirle a las niñas: “Hay qué linda, esta es la próxima jineterita de la casa”. Luego del año 99 el gobierno Cubano reconoce el  problema y trata de atacarlo por la vía legal incorporando sanciones al código penal.

Vuelvo una vez más al Marx de Feuerbach en la segunda tesis:  “El problema de si al pensamiento humano se le puede atribuir una verdad objetiva, no es un problema teórico, sino un problema práctico.” Es un asunto práctico inventarse una teoría para tomar el poder y ejercerlo despóticamente. Es un asunto práctico trucar la ideología en realidad para someter a los pueblos. Para eso ha servido perfectamente el pensamiento del Sr. Marx.

martes, 26 de julio de 2011

Lo sólito de lo insólito

Lo sólito de lo insólito
Alejandro Moreno

Al Presidente en los sucesos de El Rodeo le pareció “insólito”, que exista armamento en las cárceles, según se reporta en notas de prensa del día 15 del presente mes.
“Cuando llego al Rodeo me encuentro ahí el causa mío que había caído por homicidio también. El hombre me recibe y en lo que me recibe, saca…, me arrojó, donde nos fichan a todos, lo que hace es que me zumba una pistola y una granada. Yo agarro la pistola y agarro la granada en el aire”. Lo narra José, sujeto de “Salimos a matar gente”, cuando ingresa por primera vez al penal. De lo más sólito, al parecer.
“¡De palabra! Las cárceles están llenas de armas por la misma policía y la misma Guardia Nacional. Un arma Glover, cuando yo estaba arrestao, valía cien mil bolívares (de los viejos). Una pistola, el pase”. Lo dice Alfredo, otro de nuestros sujetos.
Sigamos su relato (haré un colage): “dos nueve milímetros con  cuatro cajas y tres cacerinas. Ahí mismito se empezó a hacé la caleta. Se abría por dentro y se volvía a sellá y tú no veías que ahí había algo. Ya no eran dos y tres quilos (de droga), eran diez y los repartíamos en el pabellón. Ya comprábamos a los vigilantes. Yo llevaba las armas pa donde tocaba. Los vigilantes nos veían y nos abrían toas las puertas. Pa donde iba yo llevaba una granada y una nueve milímetros. Empezaron los problemas entre pabellón y pabellón. Empezó la balacera. Ellos también tenían armas. Empezamos a traé más armas. Tiro p’allá y tiro p’acá. Muertos y más muertos (…) De repente se prende esa balacera. ¡No había visto tanta pistola junta en mi vida! Esos hombres han sacao cuatro fundas llenas de puras pistolas y cajas y cajas de proyectiles”. Cuando llega por segunda vez a El Dorado: “¡Me dan un pistolón más grande que no jo…¡Un nueve checoeslovaco, un bichote grandote y me dan armas largas”.
“En cuatro días han remodelado todo el pabellón. Ese pabellón estaba que ahí no había sino cemento y rejas. Nos llevaron a la letra A y no teníamos ahí nada, nada, a dormí en el suelo. Todo estaba limpiecito y recién pintao. Cuando llegamos ahí, bueno, eso era el mismo pistoleteo por donde quiera. Yo no sé de dónde salieron esas pistolas. Estaban metías debajo de las pocetas, metías en los huecos así, sellados…” Es de nuevo José quien narra.
¿Insólito, o más bien, sólito? Insólito, en esta más que milenaria lengua que hablamos, equivale a desacostumbrado, infrecuente, desusado y, por eso, extraodinario en cuanto no suele acontecer ordinariamente sino muy rara vez. Lo que sucede continuamente, en todos los tiempos y lugares, como la presencia y el funcionamiento de armas en las cárceles de Venezuela, no puede calificarse sino de ordinario, frecuente, acostumbrado, continuo, lo esperable sin lugar a dudas, sólito.
Cuando el presidente, los ministros, los generales, los diputados, y dele, califican de “insólito” lo que está a la vista todos los días, ¿lo hacen porque lo ignoran o porque quieren hacer creer que lo ignoran? No tienen derecho a ignorar. Hay demasiado conocimiento válido ya acumulado, elaborado y publicado en miles de páginas y en mares de testimonios y experiencias como para que la autoridad (i)responsable pretenda evadirlo. Todo lo que ha sucedido en El Rodeo no tiene nada de novedad. Con la variedad propia de las circunstancias de tiempo, lugar y ambiente ha sucedido ya muchas veces y volverá a suceder en cualquier otro momento y en cualquier otra cárcel tarde o temprano. Eso se sabe y se puede pronosticar con total certeza. No hay excusas que valgan. La ignorancia al respecto es culpable en sí misma y en sus consecuencias mortales. ¿No será que se sabe y la culpa peor está en otra parte?

jueves, 14 de julio de 2011

¿Política para quién?


¿Política para quién?

Yrvis Colmenares.
irvincolmenares@gmail.com

Me parece una pérdida de tiempo discutir si la política es o no un asunto de élites. Otro asunto distinto es si esas élites pueden o no interpretar las expectativas de la mayoría.

Durante los primeros años de la democracia venezolana, años 60 del siglo XX,  los políticos de ese entonces lograron integrar las expectativas de la mayoría popular en el proyecto de construcción de un país donde la inclusión era una realidad. Venezuela era para todos. Datos sobran para justificar esta afirmación: Un proceso de reforma agraria para incrementar la producción de alimentos, la continuación de las mejoras en la vialidad iniciadas en la dictadura,  consolidación de servicios de aguas blancas, aguas negras e iluminación, ampliación de la cobertura médico asistencial y educativa, bajas tasas de desempleo, baja tasa de pobreza, alto nivel de seguridad, alto poder adquisitivo para la mayoría de la población, y un asunto no medible en la época,  pero no menos importante: la certeza en la población de que  las nuevas generaciones iban a tener un nivel de vida mejor que las precedentes.

Por supuesto que no faltaron los detractores y entusiastas denunciantes de un “proyecto vendido a los intereses del  imperialismo”. Pero sus altisonantes denuncias se estrellaban ante una realidad en la que la mayoría de la población no veía por ningún lado lo que esos pocos venezolanos gritaban. La población, por el contrario, avalaba con su presencia masiva en las urnas a la naciente democracia y negaba radicalmente su apoyo a los grupos que atentaban contra ella.

Este  “estado de bienestar” venezolano duró aproximadamente hasta finales de los años 70. Poco a poco  la élite política que inició el proyecto democrático fue sustituida por una nueva,  que fue perdiendo el roce popular. La “vieja guardia”, formada al calor del cara a cara, “mordiendo el polvo del camino”,  dio paso a una nueva generación de  políticos formados  en  los conciliábulos de los buró partidistas, alejados del sentir de las mayorías populares. Creo que allí podemos encontrar la explicación de lo que vino luego.

A partir de los 80 se hizo evidente que los aparatos partidistas perdían cada vez más la identificación con el sentir popular. La política fue perdiendo  su sentido de servicio público para entrar en  un limbo donde oportunistas de toda índole aprovecharon de llenar sus arcas. El desencanto hacia la política se convirtió en “sentido común” y todos los sectores de la vida social se pusieron de acuerdo para matar a los partidos políticos que, hasta ahora, habían logrado ganar la pelea en la “larga marcha hacia la democracia”(Carrera Damas). Estábamos generando las condiciones para la debacle.

Ese estado de desencanto fue el que aprovecho Chávez  para  llegar al poder. La mayoría del país decidió apostar por un “outsider” que prometía rescatar la inclusión perdida. Chávez logró sintonizar con el sentir popular y el pueblo le dio su confianza. Pero el proyecto chavista pronto se reveló como un gran espejismo.  El socialismo del siglo XXI decidió sacrificar un posible acercamiento a la comprensión de lo popular para imponer un programa ideológico que cada vez se asemeja más a los proyectos socialistas que fracasaron en el siglo XX. Como no encuentra nada de valor en el pueblo rescata esa vieja idea de la revolución cubana de edificar al “hombre nuevo”. Ya es demasiado redundante comentar en que ha parado el proyecto cubano.

Hoy nos encontramos en una situación en la que el chavismo pierde cada vez más espacio en el corazón del pueblo. Pero se ve lejano en el horizonte quién llene ese vacío. Una buena parte de la dirigencia política de oposición parece no recordar las razones que llevaron al traste a los partidos tradicionales del  siglo XX.  Es como si en estos  últimos 12 años no hubiese pasado nada nuevo en el país. Como si no se tuviese claridad del retroceso que significa el proyecto chavista.

La élite necesita urgentemente una alta dosis de humildad. Necesita abandonar la prepotencia y la suficiencia para dedicarse a escuchar al pueblo. Necesita tomar conciencia de la necesidad que tiene, para poder hacer viable cualquier proyecto político de poder, de romper con  esa concepción de que el pueblo no puede aportar nada sino que debe transformarse para poder servir. No es imposible ser élite y comprender el sentir popular. Los venezolanos que dirigieron el país en los tempranos años de la democracia lo supieron hacer. Manos a la obra.

martes, 12 de julio de 2011

Los matagente


Los matagente

Alejandro Moreno

La escena es en el barrio. Algo de parrilla, yuca y más de cerveza. Los que juegan dominó se dicen por lo bajo: “cuidao, vienen los matagente”, y pasan unos efectivos de la Guardia Nacional. Hasta ahora los habíamos conocido como matraqueros, abusadores y prepotentes, pero eso de matagente es nuevo. Viene después de El Rodeo. ¿Quién no tiene un conocido en alguna cárcel? Con tantos celulares, las noticias corren, serpentean, vuelan. Y llegan. Llegan a donde quieren llegar, a los oídos de nuestra gente sordos para las otras, las oficiales. Sean totalmente verdaderas o sólo un poco o quizás nada, aquellas son las creíbles y las creídas. Así, forman pensamiento. Los propios matagente son los malandros estructurales, los que “salen a matar”. Algunos están dentro, no todos ni mucho menos, enfrentados a los otros, los ahora llamados de ese modo por la gente y que están fuera. Guerra entre matagentes, dirán en los callejones.

Almas buenas, aterradas por lo que nuestro estudio muestra sobre el violento estructural, me preguntan si con ellos nada se puede hacer, si lo que queda es eliminarlos. Digo que no, que, aunque dan pocas esperanzas de recuperación, la capacidad de cambio en el hombre es ilimitada y en ella hemos de confiar. En el poder de Dios también pero está voluntariamente limitado por la libertad humana. Sin embargo, la sociedad y el ciudadano no han de ser ingenuos y desprevenidos; el delincuente peligroso tiene que ser puesto en condiciones de no poder producir daño. Con todo y su criminalidad, no pierde sus derechos humanos fundamentales. Nunca una persona deja de ser humana. Ningún hombre puede ser tratado como otra cosa que hombre.

Pero hay otros muchos matagente. Estos de pensamiento, palabra, deseo e intención, o sea, como se suele decir, de mentalidad. No llegan ni piensan llegar al acto, pero… A demasiadas personas, almas buenas, repito, incapaces de hacer mal a nadie, pero sí de pensarlo, populares unas, con formación universitaria otras,  muy religiosas también algunas, hemos oído decir, ante los acontecimientos de El Rodeo: “se lo tienen merecido, que los maten, ellos no han respetado los derechos humanos de sus víctimas”. Si se hiciera una encuesta, el porcentaje de quienes optarían por la pena muerte, me temo que sería muy alto. Matagente de mentalidad. Mentalidad de matagente. Podrá explicarse por reacción ante la impunidad del crimen y la inseguridad que nos mantiene en ascuas, pero el hecho es que la sociedad “bienpensante” se está volviendo malpensante, cargándose con pensamientos de muerte.

Se empieza a relativizar la vida de los hombres. El valor de la vida humana es un absoluto. Nadie merece que se la quiten. Por otra parte, si se le da el derecho a cualquier poder para decidir sobre la vida de alguien, cuando quiera podrá hacerlo sobre la nuestra. Relativizar la vida de un solo hombre es abrir la puerta a la peor tiranía, a cualquier dictadura. Cierto, el criminal viola ese valor en su víctima. Eso no argumenta contra la suya. Por ello está en la cárcel, en ese “cementerio de hombres vivos”, el nombre que le dan. Por lo menos el que está. Así, se encuentra controlado y pagando por su crimen. Si el Estado y sus organismos no respetan la vida de quien sea, se vuelven tan criminales como cualquier otro asesino. Por eso se les exige que respeten en todos los derechos de la persona. No podríamos vivir en un Estado criminal. ¿Y en una sociedad de matagentes, unos que lo hacen y otros que lo piensan y fantasean?
¡Cuidado con los malos pensamientos, no sea que se salgan! Del corazón del hombre salen “inmoralidades, robos, homicidios”, como dice el Evangelio (Mc. 7,21-23).


domingo, 10 de julio de 2011

El qué de la moral

El qué de la moral
Alejandro Moreno

Estaban en una fiesta. Bailaban el reggaetón. Hubo una pequeña disputa. El baile de siguió con dos menos que se fueron bravos. Regresaron y dispararon sobre todos. Tres muertos y algunos heridos. Nada extraordinario. Llegar disparando a tutti li mundi se ha convertido en hábito. Muerte al ritmo de reggaetón. Al ritmo de la música y al de las palabras. ¿Qué diría la letra de las canciones que los ahora muertos oían? No lo sé; pero sí la de aquellas que escuchaba una niña de once años y que me tradujo porque no resulta fácil comprenderlas entre el barullo de los sonidos: “si los pillo por la calle, prrrum (disparos, dice la niña), si los pillo en la disco, prrrum (más disparos), si los pillo en la acera, prrrum, prrrum, prrrum, prrrum (disparos sin término)”; “sácala (la pistola, lo sabe la niña), dale, úsala, no tengas miedo, si es cuestión de morir, primero que se mueran ellos”; “vamos a darle fuego a toa esa mafia boba, ahora los mato y los paseo en el baúl de un Nova”; “dale pa que le revientes los sesos, déjale caer to el peso; pa los enemigos plomo y pa las gatas beso, déjalo tieso”.

Es una exigua selección. No son músicas y letras underground aunque vengan quizás de allí. Todo lícito, legal, justificado. Circula libremente en la actualidad. Los grupos lo cantan, las disqueras lo graban, las tiendas lo venden, cualquiera lo compra, lo bailan los jóvenes, lo escuchan y lo entienden los niños, quizás no lo entiendan todos los mayores. “Yo sé que eso que cantan es malo, pero me gusta la música”, dice la niña. Sabe discernir. ¿Hasta cuándo? ¿Disciernen todos?
La gente se queja de que se pierden los valores. Los valores guían la conducta. Actuamos a la luz y bajo la égida de los valores que viven en lo profundo de nuestro ser. Valor es lo que se escoge y se prefiere; lo que se quiere. Valor es lo que se ama. Hay realidades que deben ser valores, que deben ser escogidas, preferidas, queridas, amadas por encima de muchas o de todas otras, aunque no siempre ni por todos lo sean. Esos son los valores necesarios pues, si no son valores, la existencia de la misma humanidad está en peligro. Sobre los valores necesarios se basa la moral, el sistema de normas que distinguen la conducta humanamente (en relación al hombre) buena de la conducta humanamente mala (dañina para el hombre).

Entre todos los valores, el valor supremo, absolutamente necesario, primero y último, es el hombre, la persona. La persona no es un valor; es el valor, y punto. Ni siquiera Dios está por encima. Y esto no es una blasfemia. El mismo se ha puesto, como valor, a la altura del hombre cuando colocó en el mismo plano y convirtió en uno solo el doble mandamiento del amor a El y el amor al prójimo: “el segundo es como (no menos importante que) el primero: amarás a tu prójimo como a ti mismo” (Mt. 22,37-40).

Creencias, teorías, doctrinas políticas, religiosas, grupos de poder, coalición de intereses y muchos otros factores que se han convertido en valor por encima de la persona siempre ha habido en las sociedades y en las culturas, pero no siempre han dominado. Cuando lo han logrado, la guerra, la esclavitud, la muerte, el dolor se han instalado en ellas; el reino de la inmoralidad.
Hoy en Venezuela para los  malandros su delito es el valor. Ya están en el reino de la inmoralidad. Cuando circula libremente el lenguaje de la muerte, de la antipersona, en el canto, en la imagen, en la palabra de los que líderizan la  sociedad, se van sembrando las semillas de un futuro inhumano.

Todavía no ha llegado plenamente, pero se nos acerca. El valor persona aun vive en nuestro pueblo.  ¿Qué haremos para que ese porvenir no nos alcance?