domingo, 30 de octubre de 2011

Autogobierno endógeno

Autogobierno endógeno
Alejandro Moreno

Por la prensa me entero de que los habitantes de la urbanización Terrazas del Avila están bien organizados. Así, han disminuido, por ejemplo, los secuestros exprés de  14 mensuales en 2009 a uno en lo que va de año. Esto es sólo una muestra de la seguridad alcanzada pues el índice de inseguridad lo han bajado en un noventa por ciento. Para ello y para muchas otras cosas actúan, al parecer, con mucha autonomía. Tanto que los vecinos “nos ven como un gobierno local dentro de la urbanización”, dice uno de los dirigentes. Pero no lo son. Aquí está el punto crítico de todo. Pueden actuar así porque se lo proponen, acuerdan entre todos, tienen líderes de buena voluntad, la venia y apoyo hasta económico de las autoridades municipales. Si las cosas cambian, si la alcaldía de Petare pasa a otras manos, si los líderes se mudan y no los sustituyen otros con semejantes cualidades, si…, si… Hoy están aliados la asociación de vecinos y el consejo comunal pero pueden suceder conflictos y dividirse. Como sucede con demasiada frecuencia en Venezuela, esos importantes logros siempre estarán en peligro de perderse. En este caso, la estupenda organización vecinal no está sustentada sobre la ley, sobre la estructura territorial y política de la ciudad y del municipio sino sobre el permiso, la venia y quizás hasta la tolerancia de las autoridades circunstanciales.
El Distrito Capital en que está constituida la ciudad de Bogotá, unos siete millones de habitantes, casi como el de Caracas, se ha ido dividiendo progresivamente hasta llegar hoy a veinte alcaldías locales. Cada una de ellas cuenta con un alcalde menor elegido por votación popular. El alcalde mayor de la ciudad coordina y ejerce las competencias que trascienden a lo local. El poder local es, así, sólido y autónomo por derecho propio. Cada alcaldía local comprende en promedio unos sesenta barrios y urbanizaciones. La de Sucre cuenta con más de mil quinientos barrios populares.
También en el caso de Bogotá hay un error de concepto, a mi entender. Se parte de un poder central que divide y cede, descentraliza. El derecho de cualquier comunidad local a autogobernarse no proviene de una gracia, concesión o permiso de otro poder superior sino del puro hecho de existir como comunidad de convivientes o vecinos. Es un poder, éste sí, verdaderamente endógeno, que se genera (geno, del griego gignómay, nacer) dentro (endo, también del griego, éndon, dentro) dentro de la estructura o de la pura existencia del conjunto humano, el poder de gerenciar y habérselas con sus propios asuntos ejerciendo y desarrollando sus capacidades. Al poder superior no le toca conceder sino reconocer, aceptar y legalizar, no legitimar porque ya es legítimo, para garantizar ante todas las instituciones del Estado la vigencia y el ejercicio autónomo de ese derecho.
En la actualidad el poder local se halla en un estado de colonización expoliación y opresión por parte del poder central de la ciudad y del Estado. Pensar lo local, vecinal o regional, en términos de descentralización es mantener la misma situación pues el que descentra y concede tendría el derecho de recentrar y des-conceder. Lo justo es pensar en términos de endogénesis, de abajo hacia arriba y en ese recorrido el Estado es el último.
Gracias a esa urbanización por el ejemplo, pero no se queden ahí, piensen con mayor atrevimiento y radicalidad.
En este sentido, la lucha contra la violencia pasa también por decisiones políticas de reorganización de la ciudad reconociendo en los hechos y en el derecho lo que a las comunidades les es debido simplemente por haber nacido.
Esto no es estado comunal. Verdadero poder popular.

sábado, 15 de octubre de 2011

¿Cuánto educa la escuela?

¿Cuánto educa la escuela?
Alejandro Moreno

“De seguir así, la figura de las cárceles pasará a las escuelas”. Lo dice Gloria Perdomo que lleva muchos años metida en la candela. Y añade: “El liderazgo en las escuelas caraqueñas está distorsionado: lo malos son los mejores”. Y sigue: “Hay muchachos que entran con armas al colegio”. Juntemos las tres cosas y tendremos el “pranato” dentro del templo tradicional de la educación. Un pran adolescente puede ser más cruel que uno adulto. CECODAP por un lado y el Centro Gumilla por otro han estudiado, estudian y tendrán que seguir estudiando la violencia en la escuela tanto pública como privada. Se da en ambas. Hace diecinueve años, la telenovela “Por estas calles” comenzaba precisamente con una escena en la que un muchacho se presentaba con una pistola en la escuelita del barrio. Impactó al público porque parecía inconcebible y quizás muchos pensaron que eso eran fantasías de guionistas desocupados. Hoy las declaraciones de Gloria no impactan tanto pero aterran mucho más. ¿No se ha dicho siempre que la educación, y se piensa sobre todo en la escolar, es la solución al problema de la violencia?
Empecemos por separar educación y escuela. La escuela ha sido hasta ahora un espacio privilegiado para la educación de masas. Y sus logros, por lo menos en el plano de la instrucción, pero no sólo, ahí están. Hoy las cosas parecen haber cambiado. Si, según las cifras oficiales –Memoria del Ministerio de Educación--  la mitad de los jóvenes caraqueños no termina sus estudios de media, eso quiere decir que la mitad de nuestros adolescentes pasan a la calle --¿Qué madre puede tener encerrado en casa a un joven de 14 a 18 años?— en el período más delicado del desarrollo de su personalidad. El delito de todo tipo y la violencia más extrema tienen ahí de dónde reclutar actores. Además,
la escuela, ella misma, está siendo inficcionada por la violencia extrema de modo que la acción educacional se pone en jaque.
Educar es mucho más que enseñar en una institución. Es acompañar con orientación, guía, protección y apoyo al ser humano en la formación de su manera de estar en el mundo y de ejercer su vida. Razón, religión y cariño, decía Don Bosco, son los pilares de una buena educación y han de ponerse en práctica desde el seno familiar. El no creyente pensará que de la religión se puede prescindir. Respetamos su idea pero aceptará que una ética es indispensable. Ahora bien, para el mismo Don Bosco, el espacio privilegiado para la acción de esos tres factores dinámicos de la formación de la persona no era el salón de clase ni la capilla sino el patio. El patio era para él el lugar donde los niños y jóvenes pueden liberar sus energías en el juego, en la camaradería, en el trato desinhibido con los educadores. Patio no es de por sí la cancha de ningún deporte sometido a reglas, lo que no se excluye en tiempos específicos, sino el campo de la caimanera, de la pelotica de goma, de la ere o de policías y ladrones, el lugar donde se conversa, se cuentan chistes y aventuras falsas y donde el educador puede hacerse amigo, poner en práctica el cariño. No abundan los patios en nuestras escuelas oficiales de barrio más recientes y, si los hay, son mínimos. Lejos quedan los tiempos del presidente Medina. El propio patio en el barrio es hoy la calle. Sin dejar la escuela, sanándola, ¿por qué no pensar en un programa masivo de educación de calle para todos los que están en ella? La calle o la casa del vecino o la escalera como el donde toda persona de buena voluntad, asesorada, ejerza su cariñosa acción educadora como espontáneamente lo hace el amigo que cité en mi artículo anterior. En los barrios sobran candidatos.

viernes, 23 de septiembre de 2011

Cultura y Deporte. ¿Sí?

Cultura y Deporte. ¿Sí?
Alejandro Moreno

El alcalde lo dijo con énfasis: “el deporte, la cultura y la recreación son la solución para superar la violencia”. Casi nada: ¡La! Así, sin paliativos. ¿Andaba usted buscando cómo salir seguro de su casa sin mirar para los lados con el rabillo del ojo y apurando el paso para tardar lo menos posible? Cálmese; pronto esa angustia no tendrá sentido. El país se tomará ese bálsamo tricompuesto y reinará la seguridad total. Sin duda, el alcalde lo dijo convencido y teniendo alguna idea --¿Precisa?-- de cada uno de los tres componentes, pero los demás ¿a qué nos atendremos? ¿Qué ha querido decir con la palabra cultura? ¿Cuál del millar, o más, de definiciones habrá que mezclar en el mejunje? ¿Qué habrá que entender por recreación? ¿Una fiesta rave, por ejemplo? Con los deportes andamos un poco más claros: están bastante bien catalogados en distintas listas oficiales y semioficiales.
Las ironías no están aquí por gusto ni por afán de humor negro. Están para mostrar la ligereza, imprecisión y vacua retórica con la que se proponen salidas a la amenaza de muerte seria, precisa y nada retórica que pone en jaque todos los días la vida de cada uno de los ciudadanos de esta patria. Ni la cultura, entiéndase como se entienda, ni la educación, otro tópico repetido ad nauseam, ni el deporte, ni la recreación nos sacarán de este marasmo. Las cuatro ideas hechas realidad activa y otras muchas más, son no sólo válidas sino necesarias e indispensables para fomentar, promover y mantener la convivencia ciudadana y el desarrollo y perfeccionamiento de las personas pero su puesta en práctica no es la --insisto en el artículo universalizante y excluyente-- panacea para nuestro problema de violencia. Contribuyen, claro, pero ¿hasta dónde alcanza su contribución? Cultura, educación, deporte y recreación, la “sana” por supuesto, son actividades encaminadas a influir positivamente en la gran masa de la población, pero entre aquellos niños, jóvenes y adultos positivamente afectados por su benéfica influencia no están los malandros criminales que derraman la sangre de los venezolanos. Hasta ellos también ha llegado su influjo pero ha rebotado contra la impermeabilidad, en unos más compacta que en otros, que un cúmulo de experiencias y circunstancias vividas ha ido armando en ellos. No es que sean incultos, ni deseducados o refractarios al deporte. Es que su cultura, su educación, su práctica del deporte están enmarcadas en una manera de ejercer la vida en la que el crimen tiene más sentido que todo ello y produce mayor recreación, goce y placer. Por eso son el problema. Lo sano y normal para la gran mayoría de la población, no es efectivo en ellos. Para controlarlos, impedir que hagan daño y procurar su rehumanización y resocialización, hay que sentarse, y no sólo metafóricamente, a pensar, a investigar para conocer la realidad desde dentro de ella misma, a crear ideas, métodos y proyectos, a compartirlos, confrontarlos y evaluarlos colectivamente y, sobre todo, a dejar la fácil y vacía retórica efectista que vuelve trivial el pensamiento y engaña con los fuegos fatuos de aparentes preocupaciones, supuestas intervenciones eficaces y compromisos. ¿Qué significa, pongamos por caso, eliminar treinta mil armas de fuego cuando circulan quince millones de ellas, Asamblea Nacional dixit, de manera ilícita?
“No nos puedes dejar”, le dicen a mi amigo, un obrero común  y corriente, unos doce malandritos quinceañeros, todavía no profesionalizados pero a punto, que se le han apegado y siguen su benéfica orientación. Volverá cada semana para no abandonarlos. Los salvará. Seguro.
¿Hablamos de esta educación? Entonces, sí.

Lo Sabíamos

Lo sabíamos
Alejandro Moreno

“Sabíamos que esto nos iba a pasar”. Lo dice la gente del barrio de allá. Cuando llegó la policía y se llevó al Sergio y sus panas, no se sabe si para cumplir con su deber o porque algún chanchullo cocinaban, algunos se alegraron pero la gran mayoría de la gente se preocupó porque “sabían lo que les iba a pasar”. Sergio y su grupo formaban el primer anillo malandro del barrio, el de los “profesionales”, los que se dedicaban al delito como su medio exclusivo de vida, de recursos económicos y de adquisición y mantenimiento del necesario “respeto”. Claro que eran y son malandros, pero su negocio estaba fuera del barrio. Dentro, en cambio, no sólo defendían a sus convecinos contra otros delincuentes que quisieran llegar a someterlos o a enconcharse en la comunidad atrayendo así la atención de los policías cuya actuación suele ser más temible, sino que además, y sobre todo, mantenían a raya a esos chamos de catorce, quince y dieciséis años que aprendían de ellos y los acompañaban pero que también esperaban la oportunidad de ocupar su lugar. Unos días antes el Gabilancito que quiso alebrestarse recibió sus buenos cachazos para que se quedara quieto y no tuvo más remedio que achantarse con su cabeza sangrante. El barrio estaba en paz, en esa “paz malandra” de la que hace un tiempo escribí en este mismo espacio y que es la mejor y más segura que se puede dar hoy en una comunidad popular de cualquiera de nuestras ciudades. La policía acabó con ella y desató la guerra. Llevándose al Sergio y su combo, dejó el campo despejado para que esos adolescentes aprendices se encontraran libres de entregarse a ganar “respeto” y recursos con sus fechorías. Como todavía no tenían experiencia ni práctica en el delito fuera, pues el espacio estaba ocupado por una competencia en la que hacerse un lugar requiere inteligencia, decisión, riesgo y tiempo, cosas en las que Sergio estaba ya sobrado, empezaron a perturbar la tranquilidad del barrio. Entraron en las casas, robaron equipos, asaltaron a los estudiantes para quitarles los celulares y algunos zapatos y se empezaron a oír tiros bien cerquita casi todas las madrugadas. Y estalló la guerra entre ellos. Al Gavilancito, que quiso imponerse como otro Sergio pero sin llegarle a los talones, ya lo mataron con su amigo el Catire. El tiroteo fue de película, calle arriba y calle abajo. Hacía demasiado tiempo que eso no pasaba. Entre tiro y tiro le pegaron también a una niña de cuatro años con una bala que atravesó la ventana de su casa. Está grave en el hospital. La gente no sabe qué hacer y añora los buenos tiempos de la paz malandra. Con un malandro mayor se puede hablar y negociar pero con estos “bichitos”, como se suele decir, imposible.
El control de la violencia, en una comunidad popular, es algo mucho más complejo y delicado de lo que suelen pensar la policía, el Estado, la sociedad bienpensante o los mismos “violentólogos”. El barrio es ya de por sí una intrincada red de relaciones humanas de todo tipo en la que el grupo de malandros  tiene su puesto lo mismo que un enfermo, por muy grave que esté, lo tiene en su familia. Es además un sistema de fuerzas en equilibrio precario. Cuando un factor externo lo perturba, puede desencadenarse el caos con sus secuelas de muerte y sufrimiento. La buena voluntad no es suficiente, puede llevar al infierno. Nadie duda de que el Estado y sus instituciones tienen que intervenir. Su ausencia, causante de impunidad, es tan dañina como puede serlo una presencia que no tome en cuenta lo complejo de la realidad.
Es necesario saber antes de actuar. No es fácil. Difícil y todo, la gente del barrio siempre sabe “lo que nos va a pasar”.

viernes, 12 de agosto de 2011

Lo carcelario de la cárcel


Lo carcelario de la cárcel
Alejandro Moreno

Me he detenido brevemente sobre algunas fotografías aparecidas en Internet de la cárcel de Breivik en la que va a ser internado el asesino de Oslo: luz, limpieza, computadoras para uso del interno, amplios espacios, celdas casi como cuartos de hotel cinco estrellas, amplios ventanales sin rejas, cancha de basket cubierta y seguramente climatizada dado el frío del país, y no pare de contar porque hay más. Parece que en Noruega el petróleo, porque es país petrolero, no da sólo para que sus habitantes tengan “la mayor suma de felicidad posible” sino también para que de ella participen los presos. Y no tiene las mayores reservas del mundo.
Vengamos a Venezuela. “Estamos dispuestos  a pagar nuestra condena, pero no como animales indeseables sino como seres humanos que es lo que somos. Desde hace tiempo nos tienen encerrados en calabozos de 2x2 metros, en los que también hay 6, 7 y hasta 8 reclusos”. Esto dicen el pasado 28 de julio los presos de Barinas. Agregan los reporteros: “esta situación se empeora al no contar con servicios básicos como agua y electricidad”.
Sujetos ahora de nuestro estudio: Ulises: “Allá  en la cárcel hay una vaina que se llaman las tumbas. Es un calabozo como el tamaño de ese mueble  Ahí es donde meten cuando tú te portas mal. Es como que si tú estuvieras muerto. De ahí no te saca nadie. Te pasan la comida; pero son 8 días ahí acalambrado, que tú no te puedes mover. Te empujan así, con el pie y si tú quedaste con la cabeza p’allá es con la cabeza p’allá que vas a estar; tú no te puedes mover. Nada más es unas rejitas así, por donde ves p’afuera. Ahí la vida de uno es como decí  la vida de un cochino chico, cuando te engolde te matamo y ya”. Alberto: “Comeme un poco‘e gusanos porque prácticamente uno come es gusano allá dentro. ¿Tú sabes lo que es comé gusano así…? No gusano, porque eso es mentira, sino comé arepa con gusanos; hallaquita y huevo frito con gusanos; sardina con gusanos; la comida podría así que…”. Nelson: “No era que tú llegabas y te daban una litera. No. Tú llegabas durmiendo en el piso. Entonces, pa una cama te la daban después, o tú te la ganabas o tenías que entrá a chuzo con alguien pa quitásela, o que mataran a un güevón de ahí y tú te acostabas en esa cama. ¿Entiendes?” Alfredo: “El desahogo de... las aguas negras. Se hacía una piscina, como estilo de una piscina, porque no había desahogo. Entonces, como estaban tapadas, se hacía... y ahí nos metían. A da vueltas ¡y a punta e plan, pues!”.
¿Qué habrá de ser lo carcelario, la estructura y los fines, de la cárcel?
Los noruegos no han eliminado las cárceles pero es evidente que la de Breivik no está pensada para castigar, torturar, humillar o hacer “pagar” unos crímenes que nadie puede pagar, si a eso vamos, ni con la vida ni con la muerte. El crimen es impagable. ¿Con qué estructura mental, con cuáles sentimientos profundos, con qué proyecto de voluntad, está pensada, sentida y querida la cárcel venezolana? La de hace doce años y la de esta última docena. Ni en Noruega ni en Venezuela se puede ser optimista, tal como está la criminalística hoy, sobre las posibilidades de recuperación de los criminales más empedernidos. Habrá que controlarlos para que no sigan dañando a otras personas y hasta encerrarlos mientras no aparezcan otras soluciones, no descargar simplemente sobre ellos la brutal venganza de instituciones y conductas tan asesinas como las suyas. ¿De qué humanización se hablará, de la que pone en práctica la faceta más negativa de lo humano o de la que en los hechos centra el énfasis en la plena dignidad de toda persona por ser persona y no por lo positivo o negativo de sus actos?

martes, 2 de agosto de 2011

Ideología y realidad

Ideología y realidad.
Yrvis Colmenares.
irvincolmenares@gmail.com.

Remata Marx en la décima tesis sobre Feuerbach (1845) diciendo lo siguiente: “Los filósofos no han hecho  más que interpretar de diversos modos el mundo, pero de lo que se trata es de transformarlo”.  Esto lo está escribiendo como conclusión en un texto donde pretende criticar el idealismo de Feuerbach.  La forma de hacer la crítica es poco sólida, en forma de sentencias o tesis,  10 en total. El tema de la transformación lo deja guindando en el aire sin sustento alguno, en consecuencia queda un gran vacío sobre cuestiones medulares: quién o quiénes son los sujetos de la transformación, a qué tipo de transformación se refiere, por qué debe darse tal o cuál transformación,  cuál es el rumbo de esa transformación. Simplemente se limita a enunciar un punto de vista, tan válido o tan discutible como el de Feuerbach. Una  idea más. Sólo expresa una voluntad y un deseo de que la realidad sea de la manera que a él más le agrada. En ninguna parte de las 10 tesis sostiene con  argumentos sólidos las premisas de su conclusión: que los filósofos sólo han interpretado y que lo que hay que hacer es transformar. El Marx de estas tesis es tan idealista como el Feuerbach que pretende someter a la “crítica”. Sin embargo, entre un buen número de pensadores se ha llegado a la conclusión que con el análisis contenido en esas tesis se produce una ruptura epistemológica en relación con el pensamiento objetivista  e idealista.

Tres años después en el manifiesto comunista (1848) responde un poco el asunto de la transformación:”Toda la historia de la sociedad humana, hasta la actualidad, es una historia de la lucha de clases”. De nuevo vuelve a situarse en el horizonte idealista. El solo enunciado es suficiente para crear la realidad. Los pocos argumentos que da para justificar la tesis de la lucha de clases los construye echando mano a una reducción total de la vida humana. Marx sólo puede concebir a los humanos como sujetos que han pasado su vida echándose golpes en una arena. En  defensa  de este argumento tan reduccionista podríamos aceptar que a lo mejor   Marx vivió algo de esa violencia en la Inglaterra de su época cuando se estaba consolidando la revolución industrial y por eso se  impacto  y sin darse cuenta extrapola esa vivencia. Pero  eso en vez de sacarlo del idealismo lo hunde más.

 Los fantasmas del idealismo lo acechan una y otra vez en cada letra del manifiesto. Como buen hombre de su tiempo,  es presa de una idea dominante en su manera de pensar la realidad: Europa es el centro del mundo. Por eso todos los ejemplos para ilustrar su idea de la lucha de clases provienen de situaciones históricas vividas en el mundo europeo.  Esto es lo que él llama: “Toda la sociedad humana”. Qué más idealismo que pretender conocer la infinitud de la vida a partir de la experiencia personal. Pero a muchos los sedujo esta manera de pensar.

Con el peso del idealismo aplastando la producción intelectual marxiana el resto de estas obras sólo tienen sentido en el marco del idealismo que él construyó. Tesis centrales entre los marxistas como la cuarta de Feuerbach: “La coincidencia de la modificación de las circunstancias y de la actividad humana sólo puede concebirse y entenderse racionalmente como práctica revolucionaria”. O el inevitable triunfo del proletariado para el advenimiento de la sociedad socialista: “Y así, al desarrollarse la gran industria, la burguesía ve tambalearse bajo sus pies las bases sobre que produce y se apropia lo producido. Y a la par que avanza, se cava su fosa y cría a sus propios enterradores.  Su muerte y el triunfo del proletariado son igualmente inevitables (Manifiesto 1848)”. Sólo vienen a ser ejercicios de imaginación que no tienen sustento alguno en el desarrollo histórico o por lo menos Marx no se ocupó de mostrarlo.

El idealismo marxista ingreso al siglo XX con el sino de la tragedia.  Partiendo de Lenin, todos los que han decidido someter a sus países al experimento marxista sólo han conseguido para sus pueblos pobreza y retroceso en todos los órdenes de la vida.  Deben ser más de 100 millones los muertos que suma la experiencia socialista en Rusia, en China, en Europa oriental, en Vietnam, en Camboya, en Corea del  norte, en Cuba. Seres humanos muertos por el hambre,  por los programas de reeducación, por las purgas, por los castigos inhumanos, por la desesperanza. Pero no hay manera de que un marxista reconozca que esas muertes son la mejor prueba de la inviabilidad de la propuesta de Marx. Un buen marxista siempre acudirá al argumento de la ideología para esquivar los datos de la realidad. Un buen marxista apostará por el triunfo de la revolución hasta quedar él  sólo para realizarla.

A falta de  realizaciones concretas en los ensayos socialistas, la ideología sustituyó a la realidad.

Muchos  autores se han dedicado a desnudar esta apuesta de sustituír la realidad por ideología. Dos obras recientes en el campo de la literatura vuelven a sacar el tema a la luz.

 En “el niño 44”, publicada en 2008, el escritor inglés Tom Rob Smith, basa su historia en un hecho real ocurrido durante la época del Stalinismo en la URSS. Un detective empieza a investigar unos asesinatos, a comienzos de los años 50, que le parecen sospechosos por su similitud y llega a la conclusión de que son productos de un asesino en serie. La respuesta del régimen soviético, en concordancia con la ideología dominante, fue que eso no era posible, puesto que el estado soviético  era la consolidación de un estadio avanzado en la evolución humana y en consecuencia no podían existir ese tipo de perversiones. A la final, luego de muchos años, casi hasta la caída del muro de Berlín y luego de muchas muertes que probablemente se hubiesen podido evitar, se atrapó al asesino serial.

La otra situación viene de la mano de un escritor cubano “Amir Valle”. En 2008 se publica fuera de Cuba su obra “Habana Babilonia”. Es un estudio de la prostitución en Cuba basado en entrevistas que el autor fue recogiendo entre diferentes personas: mujeres, hombres y niñas, pertenecientes al submundo de la prostitución. Un estudio crudo sobre una forma de vida extendida más de lo que uno pudiera imaginar para un país tan pequeño. Señala Amir que hasta el año 1999 en la legislación cubana se omitía el tema de la prostitución porque: “en la Cuba revolucionaria se había dignificado a la mujer y se habían desechado esas prácticas propias de unas situaciones de explotación de la mujer”. Para el año 1999 el problema de la prostitución se había extendido tanto que en muchos hogares, señala Amir, un motivo de chanza era decirle a las niñas: “Hay qué linda, esta es la próxima jineterita de la casa”. Luego del año 99 el gobierno Cubano reconoce el  problema y trata de atacarlo por la vía legal incorporando sanciones al código penal.

Vuelvo una vez más al Marx de Feuerbach en la segunda tesis:  “El problema de si al pensamiento humano se le puede atribuir una verdad objetiva, no es un problema teórico, sino un problema práctico.” Es un asunto práctico inventarse una teoría para tomar el poder y ejercerlo despóticamente. Es un asunto práctico trucar la ideología en realidad para someter a los pueblos. Para eso ha servido perfectamente el pensamiento del Sr. Marx.

martes, 26 de julio de 2011

Lo sólito de lo insólito

Lo sólito de lo insólito
Alejandro Moreno

Al Presidente en los sucesos de El Rodeo le pareció “insólito”, que exista armamento en las cárceles, según se reporta en notas de prensa del día 15 del presente mes.
“Cuando llego al Rodeo me encuentro ahí el causa mío que había caído por homicidio también. El hombre me recibe y en lo que me recibe, saca…, me arrojó, donde nos fichan a todos, lo que hace es que me zumba una pistola y una granada. Yo agarro la pistola y agarro la granada en el aire”. Lo narra José, sujeto de “Salimos a matar gente”, cuando ingresa por primera vez al penal. De lo más sólito, al parecer.
“¡De palabra! Las cárceles están llenas de armas por la misma policía y la misma Guardia Nacional. Un arma Glover, cuando yo estaba arrestao, valía cien mil bolívares (de los viejos). Una pistola, el pase”. Lo dice Alfredo, otro de nuestros sujetos.
Sigamos su relato (haré un colage): “dos nueve milímetros con  cuatro cajas y tres cacerinas. Ahí mismito se empezó a hacé la caleta. Se abría por dentro y se volvía a sellá y tú no veías que ahí había algo. Ya no eran dos y tres quilos (de droga), eran diez y los repartíamos en el pabellón. Ya comprábamos a los vigilantes. Yo llevaba las armas pa donde tocaba. Los vigilantes nos veían y nos abrían toas las puertas. Pa donde iba yo llevaba una granada y una nueve milímetros. Empezaron los problemas entre pabellón y pabellón. Empezó la balacera. Ellos también tenían armas. Empezamos a traé más armas. Tiro p’allá y tiro p’acá. Muertos y más muertos (…) De repente se prende esa balacera. ¡No había visto tanta pistola junta en mi vida! Esos hombres han sacao cuatro fundas llenas de puras pistolas y cajas y cajas de proyectiles”. Cuando llega por segunda vez a El Dorado: “¡Me dan un pistolón más grande que no jo…¡Un nueve checoeslovaco, un bichote grandote y me dan armas largas”.
“En cuatro días han remodelado todo el pabellón. Ese pabellón estaba que ahí no había sino cemento y rejas. Nos llevaron a la letra A y no teníamos ahí nada, nada, a dormí en el suelo. Todo estaba limpiecito y recién pintao. Cuando llegamos ahí, bueno, eso era el mismo pistoleteo por donde quiera. Yo no sé de dónde salieron esas pistolas. Estaban metías debajo de las pocetas, metías en los huecos así, sellados…” Es de nuevo José quien narra.
¿Insólito, o más bien, sólito? Insólito, en esta más que milenaria lengua que hablamos, equivale a desacostumbrado, infrecuente, desusado y, por eso, extraodinario en cuanto no suele acontecer ordinariamente sino muy rara vez. Lo que sucede continuamente, en todos los tiempos y lugares, como la presencia y el funcionamiento de armas en las cárceles de Venezuela, no puede calificarse sino de ordinario, frecuente, acostumbrado, continuo, lo esperable sin lugar a dudas, sólito.
Cuando el presidente, los ministros, los generales, los diputados, y dele, califican de “insólito” lo que está a la vista todos los días, ¿lo hacen porque lo ignoran o porque quieren hacer creer que lo ignoran? No tienen derecho a ignorar. Hay demasiado conocimiento válido ya acumulado, elaborado y publicado en miles de páginas y en mares de testimonios y experiencias como para que la autoridad (i)responsable pretenda evadirlo. Todo lo que ha sucedido en El Rodeo no tiene nada de novedad. Con la variedad propia de las circunstancias de tiempo, lugar y ambiente ha sucedido ya muchas veces y volverá a suceder en cualquier otro momento y en cualquier otra cárcel tarde o temprano. Eso se sabe y se puede pronosticar con total certeza. No hay excusas que valgan. La ignorancia al respecto es culpable en sí misma y en sus consecuencias mortales. ¿No será que se sabe y la culpa peor está en otra parte?